Aunque crecí en una familia y comunidad llena de afecto y seguridad y de buena crianza, uno de los recuerdos dominantes de mis años de infancia y adolescencia es el de ser inquieto y de algún modo descontento. Mi vida pareció siempre demasiado pequeña, demasiado confinada, una vida lejos de lo que era importante en el mundo. Siempre estuve anhelando estar más conectado a la vida; y temía que otra gente no sentía lo mismo y que, en mi inquietud, yo era en cierto modo algo singular y enfermizo.
Entré en el seminario oblato inmediatamente después del bachillerato y cargué esa inquietud conmigo; y después, entrando en la vida religiosa, sentí aún más preocupación y vergüenza al llevar esta inquietud. Sin embargo, a mitad de ese primer año de formación, un año que las congregaciones religiosas llaman “noviciado”, recibimos la visita de un extraordinario misionero oblato llamado Noah Warnke, un hombre que había recibido numerosos premios civiles y eclesiales por sus hazañas y que era ampliamente respetado. Comenzó dirigiéndose a nosotros, los novicios, haciéndonos estas preguntas: “¿Sois inquietos? ¿Os sentís solitarios en esta casa religiosa? ¿Os sentís solos y separados del mundo?”. Todos nosotros asentimos con la cabeza; sí, había tocado una fibra sensible. “¡Bien -repuso- deberíais sentiros inquietos! ¡Dios mío, deberíais estar saltando fuera de vuestra piel; todos vosotros tenéis la sangre roja, y fuego, y energía, y estáis aquí como metidos en un hoyo, lejos de todo! Pero es bueno, esa inquietud es un buen sentimiento: sois sanos!”. Era la primera vez en mi vida que alguien había legitimado el modo como me veía yo. Me sentí como si acabara de presentarme a mí mismo: “¿Estás saltando fuera de tu piel? ¡Eres una persona sana!”.
Inmediatamente después de este año de noviciado, empecé mi formación teológica, y una de las personas que estudié en profundidad fue Tomás de Aquino. Él resultó la segunda persona que me ayudó a presentarme a mí mismo. Yo tenía diecinueve años cuando me encontré con su pensamiento; y, aunque algunas de sus ideas estaban un poco más allá de mi joven mente, entendí lo suficiente para encontrar en él no tanto algo de legitimación por cómo sentía sino también -más importante- una meta-narrativa con la cual entender por qué sentía de la manera como lo hacía. Aquino pregunta: “Cuál es el objeto adecuado de la mente y el corazón humanos?”. En otras palabras: ¿Qué tendríamos que experimentar para estar totalmente satisfechos? Su respuesta: ¡Todo ser, cada cosa! Lo que tendríamos que experimentar para estar totalmente satisfechos es todo. Tendríamos que conocer todo ser y ser conocidos por todos, algo humanamente imposible en esta vida, y así no debería ser un misterio como el por qué vivimos en perpetuo desasosiego y por qué, como dice Pascal, todos los misterios del ser humano vienen del hecho de que no podemos estar sentados en una habitación ni siquiera durante una hora.
La tercera persona que me ayudó a presentarme a mí mismo fue Sidney Callahan. Leyendo su libro sobre sexualidad cuando era seminarista joven, quedé impactado por cómo unía el sexo al alma y cómo el deseo -no menos el deseo sexual- tiene profundas raíces en el alma. En un momento, ella hace esta simple declaración. No tengo la cita exacta, pero se trata de palabras con este sentido: ¡Si te miras a ti mismo y tu insaciabilidad y preocupación de que eres demasiado inquieto, sobre-sexuado y de alguna manera patológico en tus insatisfacciones, no significa que estés enfermo sino precisamente que estás sano y sin necesidad de dosis de hormonas! Estas palabras fueron liberadoras para un joven de veinte años, inquieto y supersensible.
Un par de años más tarde, me introdujeron en los escritos de Henri Nouwen; y él, quizás más que ningún otro, me dio permiso para sentir lo que siento. Nouwen, como sabemos, fue un escritor tan influyente porque fue tan honrado compartiendo su propia indigencia, inquietud y desazón. Tenía un singular talento para delinear los inquietos movimientos de nuestras almas. Por ejemplo, describiendo sus propias luchas, escribe: “Quiero ser santo, pero también quiero experimentar todas las sensaciones que experimentan esos pecadores. Pequeña maravilla, esa vida es una lucha”.
Finalmente, por supuesto, está san Agustín y su afamada introducción a las “Confesiones”, donde compendia su lucha de toda la vida en las palabras: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”. Llevamos infinitud dentro de nosotros y así no debería sorprendernos el hecho de que nunca encontraremos la total consumación y paz con lo finito. Agustín también nos dio esa maravillosa racionalización que todos usamos para colocar en el indefinido futuro algunas de las cosas que necesitamos hacer ahora: ¡Señor, hazme un cristiano casto, pero aún no!
Algunas gentes hablan de las cinco personas a quienes querrían encontrar en el cielo. Estas son las cinco personas que me han ayudado a entender lo que significa caminar en esta tierra.