Un personaje de un cuento de Heinrich Böll se dedica a coleccionar silencios. Le ha tocado vivir en una época y en un país terrible, la Alemania de después de la guerra, y trabaja de locutor en la radio. Una de sus tareas es preparar las Cintas grabadas para su emisión. Él debe revisarlas, y hacer cortes, para evitar las pausas innecesarias. Pero no tira esos trozos. Los guarda en una caja con el propósito de llegar a unirlos algún día y lograr una cinta en que lo único que se oiga es el silencio.
La hermosa parábola no ha perdido su vigencia, pues no creo que haya existido un tiempo en que el silencio esté más desvalorizado que hoy. Los medios de comunicación han transformado al hombre contemporáneo en un ser cada vez más parlanchín y desinhibido, que no tiene problemas en opinar sobre lo primero que se le ponga a tiro. ¿Supone esto que hoy día las palabras estén más valoradas que nunca? Más bien sucede lo contrario, y pocas veces las palabras y las ideas han valido menos.
Puede que el antídoto sea coleccionar silencios, como hacía el personaje de Heinrich Böll. El silencio es el espacio de la reflexión, pero también del pudor. Por eso todos los que guardan algo valioso hablan en susurros. Es decir, atentos a las voces escondidas que cuentan la verdadera historia de lo que somos.