Novedades que continúan engrosando la tragedia. Ahí y en ese ambiente tengo que (tenemos que…) encajar mi vid de pobre misionero, que aún no da todo lo que Dios le pide. Sembrando tantas veces en otros corazones o padeciendo la soledad a causa de la indiferencia que el mundo presta a nuestra obra. Pero en pie, lo repito, confiando no en los resultados sino en la voluntad del Padre.
En Juanjuí es más difícil todo. La vida discurre por otros cauces; son otros los intereses: dinero, narcotráfico, venganzas con sangre y muerte. Hasta aparecen cadáveres con la cabeza cercenada, como si la muerte no tuviera rostro y pudiera quedar impune. Otros, antes maltratados y también desfigurados, bajan por el río al mismo ritmo que el agua, como signo mudo de esa pérdida de respeto por la vida. Pero hay que sembrar la cruz en este escenario, no sólo con Cristo en ella sino además con nosotros mismos acompañándole.
Salgo mucho por los pueblos, y eso me consuela. Entrar en casa humilde, acariciar a un niño, bañarme en agua clara, escuchar a un campesino y, por la noche y a la luz de débil lámpara, tender la mesa y celebrar así la Eucaristía. Y en ella, hacerme tenaz vocero de la dulzura. Pero esta vez llegaba a Ledoy. Encontré las casas del pueblo embadurnadas con los signos de ‘Sendero Luminoso’ y con frases de amenaza para los ‘soplones’. En este mismo pueblo, en febrero de 1986 , los terroristas asesinaron a dos jóvenes tras ridículo juicio sumario y en presencia de todo el pueblo, convocado en la plaza a punta de metralleta. Me cuentan los amedrentados y tristes vecinos que el verdugo, minutos después de cumplir su cometido, brindaba con un vaso de cerveza chorreándole aún la sangre por su mano. Y esos de Sendero están escondidos por los alrededores, extorsionando a los campesinos para que los alimenten, y esperando el momento propicio para repetir el numerito en… ¡cualquier parte!
Aquella noche, imaginaros, yo con ellos, con los débiles e inocentes, celebrando la Eucaristía, cantando cosas buenas y hablando y compartiendo con ellos el Evangelio de Jesucristo. Y me vino aquello de: Señor, donde haya odio, ponga yo amor; donde haya tristeza, ponga yo alegría. Hazme, pues, instrumento de tu paz.