Este Sínodo es una ocasión favorable para responder a la pregunta decisiva de Jesús a sus discípulos: “¿Qué buscáis?”.
Buscamos ser más numerosos, reunir más fieles en la Eucaristía, manifestar con más fuerza la presencia católica en nuestras sociedades secularizadas.
Pero no nos conformamos con estas perspectivas de cantidad. Estamos llamados también a un trabajo interior de renovación de nuestra vida cristiana, que comporta tres exigencias:
Primera exigencia: un acto de discernimiento sobre este tiempo en el que vivimos. Son tiempos de prueba para la misión cristiana debido a los efectos de la secularización. Pero, en medio de las pruebas, vemos manifestadas también expectativas espirituales sobre cuestiones de vida y muerte. A ellas debemos dar respuesta.
Segunda exigencia: comprometerse para progresar en nuestro conocimiento de Dios vivo, purificando nuestra fe de cuanto la recarga, osando hablar a Dios de los otros que encontramos, antes de hablar a éstos de Dios.
Tercera exigencia: comprender que el objetivo de la Iglesia no es la misma Iglesia, sino el encuentro de los hombres con el Dios vivo. No se trata sólo, por tanto, de estar presentes en el mundo, sino de ser de Cristo para el mundo.
Estas tres exigencias han sido profundizadas y puestas en práctica por Madelein Delbrêl, una francesa que ha comprendido a qué nos compromete una nueva evangelización.