Cómo manejar el resentimiento en nuestras vidas

20 de noviembre de 2013

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Muchos de nosotros, sospecho, conocemos el trabajo de la nueva antropología, Rene Girard y la difusión de sus ideas a través de los trabajos de su alumno, Gil Bailie. Con gratitud hacia él, paso por uno de sus puntos de vista, una mirada de valor incalculable sobre cómo tratamos de manejar el resentimiento en nuestras vidas.

Cuando los astronautas viajan al espacio, sus capsulas están equipadas con una máquina que expulsa el dióxido de carbono que producen al respirar. Si esta máquina se rompe, tienen graves problemas, como se puso en evidencia en la película Apolo 13. Viajar dentro de una cápsula espacial  es posible sólo si hay una máquina expulsando constantemente el monóxido de carbono que se produce.

Esto es cierto también para nuestro camino en la vida. Todos los grupos producen constantemente el sofocante gas del resentimiento y los celos. El resentimiento está presente virtualmente en todas las comunidades y familias porque, como apunta Girard, somos miméticos, lo que significa, entre otras cosas, que siempre ambicionamos lo que otros tienen. Esta realidad, inevitablemente, crea tensiones, resentimientos, celos y conflictos. No es por mero accidente que dos de los Diez Mandamientos tengan que ver con los celos.

¿Que máquina existe dentro de la vida humana que trata de expulsar el monóxido de carbono de los celos y el resentimiento? Los antropólogos nos dicen que tratamos de aliviar la tensión a través de los chivos expiatorios. ¿Cómo funcionan los chivos expiatorios? ¿cómo, a través de ellos, se elimina la tensión?
Podemos tomar en consideración el siguiente ejemplo: imagina que sales a comer con varios de tus colegas o compañeros de trabajo. Habrá, como siempre, algunos conflictos personales y tensionar entre vosotros. Pero eso no impide que pasemos juntos una divertida y armoniosa comida. ¿Cómo puede ser? Hablando de algunas personas que no están presentes, a quienes todos desprecian, que son considerados por todos como excéntricos o difíciles, y que todos pensamos que son una presencia negativa y excéntrica. Haciendo eso, resaltando las diferencias o las cosas negativas que tiene para nosotros otra persona, hacemos que nuestras propias tensiones con los otros desparezcan por el momento. Esto es, en esencia, el chivo expiatorio. Hacemos comunidad con los otros proyectando nuestra tensión sobre un tercero. Exiliando a dicha persona de nuestra comunidad creamos una comunidad con el otro, pero nuestra unidad se cimenta únicamente en el rechazo y no en aquello que estamos a favor.

Todos los grupos hasta que alcanzan un cierto nivel de madurez hacen esto. Y nosotros hacemos exactamente lo mismo para hacer frente a las tensiones en nuestra vida privada. Funciona de la misma manera: Nos levantamos una mañana y por un sinfín de razones nos sentimos fuera de nosotros mismos, agobiados por una mezcla de gratuita frustración, ansiedad e ira. Y ¿qué hacemos? Encontramos a alguien para culparle. Invariablemente pronto encontraremos a alguien (en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, o un político, o una figura religiosa) en quien depositar nuestra tensión. Alguien a quien consideremos difícil, o ignorante, o políticamente erróneo, o moralmente corrupto, o mal religioso pronto se enfrentará con el peso de nuestra tensión y resentimiento.

Por otra parte, no sólo proyectaremos nuestra tensión sobre alguien, sino que invariablemente sacralizaremos la indignación que sentimos, lo que significa, que proyectaremos nuestra tensión e ira sobre el otro no sólo porque ese otro sea diferente de nosotros o porque lo consideremos como una persona complicada, ignorante o perezosa, sino sobre todo porque sentimos que nosotros mismos estamos moralmente por encima de dicha persona: nosotros estamos en la verdad y él está equivocado; nosotros somos los buenos y él es el malo.  Así nuestro resentimiento hacia dicha persona se transforma en santa indignación, necesaria por la causa de Dios, la verdad y la bondad.  Así es toda crucifixión, ejecución y excomunión.

Esta es la máquina humana más habitual para echar el resentimiento fuera de nuestra comunidades y fuera de nosotros mismos. Jesús fue crucificado precisamente porque una comunidad hizo esto con él, y lo hizo por razones santas.

Pero, la víctima definitiva del chivo expiatorio, Jesús, nos invita a algo más elevado, se convierte en modelo para nosotros por la forma en  que murió. Jesús echó fuera la tensión transformándola en lugar de trasmitirla.  Lo que Jesús hace por nosotros es comparable a lo que hace una purificadora de agua. Una purificadora toma el agua contaminada, sucia, tóxica y venenosa. Guarda sus impurezas dentro de si misma y devuelve solo agua pura. Jesús, el cordero del mundo,  lavó nuestros pecados y nos purificó por su sangre, no por una especie de magia divina sino, precisamente, absorbiendo y transformando nuestros pecados. Como una purificadora de agua, él tomo en odio, lo sostuvo lo transformó y lo devolvió convertido en amor; tomó los celos, los sostuvo, los transformó, y los devolvió convertido en afirmación; tomó el resentimiento, lo sostuvo, lo transformó y nos lo devolvió como compasión; y finalmente, tomo el asesinato, lo sostuvo, lo transformó y lo devolvió como perdón. Esta es la manera cristiana de manejar la tensión y el resentimiento en nuestras vidas.

Y como Soren Kierkegaard sugiere, no deberíamos únicamente admirar lo que hizo Jesús, sino sobretodo imitarle.