Cómo redescubrir la vocación

Para muchos jóvenes de hoy, la vocación es algo que afecta sólo a los que quieren ser sacerdotes.

La aspiración a realizar en el trabajo y en la vida los propios ideales y las propias expectativas se ve ahogada por el crudo materialismo, por la percepción de que la única conexión con la realidad es la que dicta el cinismo y la velocidad supersónica en la que se consumen relaciones, amistades, productos y juegos.

Además está más bien lejos la idea de que al decidir el futuro de cada uno haya alguna indicación del Creador.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Para explicar el sentido de la vocación y de la espera, el director del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuan” sobre Doctrina Social de la Iglesia (http://www.vanthuanobservatory.org/), Stefano Fontana, acaba de publicar el ensayo Parola e comunità politica (ediciones Cantagalli).

Al presentar el libro, Fontana, que también es consultor del Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, escribe que la “crisis de la vocación es muy preocupante” porque inhibe “la convivencia: la acogida, la gratitud, la gratuidad”.

Hablando del ensayo, Fontana explica que “el objetivo de este libro es señalar el camino para una inversión de tendencia, porque la persona sorda a la vocación ya no sabe a dónde ir”.

Para intentar comprender el sentido profundo de la vocación de cada uno y por qué la sociedad moderna parece querer prescindir de Dios, ZENIT ha entrevistado a Stefano Fontana.

– ¿Qué es la vocación?

Stefano Fontana: La vocación es una llamada, una palabra que nos viene al encuentro, pidiéndonos una adhesión.

Comunicándose, la vocación nos atrae y nos invita a constituirnos en nuestra identidad. En la respuesta al sentido que nos interpela, nos constituimos en nuestro propio sentido.

Cuando encontramos un sentido que no hemos producido, estamos ante una palabra que nos es dirigida, una llamada, una vocación. La vocación es la manifestación de lo incondicional.

En el libro que acaba de publicarse, usted sostiene que la falta de vocaciones impide el desarrollo humano, limita la convivencia social y política, y penaliza el tener una familia y el compromiso solidario en el trabajo y en las relaciones con los demás. ¿Por qué?

Stefano Fontana: El fenómeno más preocupante de nuestros días es la dificultad para leer en las cosas y en nuestra vida una palabra sobre nosotros, una llamada.

Cuesta ver en la persona amada una vocación. El matrimonio y la familia son vistos cada vez más como elecciones y convenciones, y no como realidad que contiene una propuesta de sentido importante para nuestra humanidad, una belleza que nos atrae y nos apasiona.

En la misma naturaleza nuestra de personas humanas cuesta encontrar una lectura sobre cómo debemos ser, la indicación de un camino a recorrer.

Ser persona y ser esta persona, ¿representan todavía una vocación ante el subjetivismo y ante una cultura que querría englobar en sí misma la naturaleza?

Muchos hoy no ven en la identidad sexual una vocación, sino una elección. Tener una humanidad determinada sexualmente ya no es algo que nos hable y nos comunique un proyecto, sino una construcción nuestra.

Todo nuestro físico se tiene muy en cuenta en la sociedad del bienestar, pero como algo a plasmar, planificar, derrumbar y reconstruir, mostrar, no como vocación a valorar.

El pudor nace de la percepción de que el cuerpo es palabra, pero nuestro cuerpo ya casi no tiene nada que decirnos, la primera y la última palabra sobre él presumimos de encontrarlas en las cremas y en las pastillas, en los gimnasios y en el bisturí, en la silicona y en los escotes.

También el entorno natural que está ante nosotros -la naturaleza en el sentido naturalista de la palabra- se ve sobre todo como un conjunto de objetos funcionales.

Ya no es lo “creado” discurso del Logos creador, palabra que actúa, con un mensaje que comunicar.

Vivimos en una sociedad que exagera la exaltación del ego. Parece que para conseguir la felicidad, hay que tener un poder total sobre la realidad y sobre las cosas, poder disponer de las personas y de sus cuerpos, realizar el pleno y total hedonismo. ¿Son quizás estos motivos los que han llevado al ofuscamiento de la vocación y llevan a desesperarse a los que no ya no encuentran sentido a la vida?

Stefano Fontana: La crisis de la vocación es muy preocupante, también en términos sociales y políticos, porque inhibe tres actitudes esenciales para la convivencia: la acogida, la gratitud y la gratuidad.

La primera es la acogida. La crisis demográfica que afecta a muchos países y les debilita moralmente antes que económicamente se debe a este difusa dificultad para acoger.

Las leyes sobre el “suicidio asistido” denuncian una carencia de acogida de la vida misma.

El multiculturalismo y su fracaso muestran que la tolerancia indiferente no es verdadera acogida.

Por otra parte, la acogida del otro nos resulta imposible sin la idea de acoger nosotros mismos y la experiencia de haber sido acogidos.

La segunda es la gratitud. Si las personas y las experiencias no nos hablan, no nos descubriremos deudores y nos resultará realmente costoso estar agradecidos por haberlas encontrado.

Nuestra familia, nuestra cultura, nuestro ser hombre o mujer, tener hijos, trabajar, proceder de una historia, haber recibido la vida,… todo esto puede ser objeto de gratitud si encontramos una herencia de palabras dichas, una revelación de sentido que de alguna manera nos ha dado la luz.

De lo contrario, está el rechazo y la negación de todo esto, o además la vergüenza u odio por haber sufrido una serie de imposiciones y violencia, o incluso la retractación o la apostasía de sí mismos y del propio pasado.

Nuestra misma identidad puede no ser vivida con gratitud. Occidente parece particularmente afectado hoy por este síndrome de la vergüenza de sí mismo y de la ingratitud.

Si no sentimos gratitud hacia los que nos han transmitido determinados valores, no sentimos el deber de transmitirlos.

La carencia de gratitud rompe la continuidad entre las generaciones y produce la “emergencia educativa”.

La tercera es la gratuidad. La vocación nos es dada como regalo. Perder el sentido de la vocación significa perder el sentido del don y pensar que el sentido está siempre y sólo producido por nosotros.

Si mi pasado, mi naturaleza y los demás no me hablan, significa que su sentido lo establezco yo, o nosotros, si nos referimos a las estructuras culturales o sociales.

Gratuito es lo que se acoge simplemente como gracia, hacia lo que se muestra gratitud por haberlo podido acoger.

La vocación comporta todo esto porque no es una “palabra que pronunciamos nosotros”, sino una “palabra pronunciada sobre nosotros”. Por tanto, una palabra dada.