Andrew Greeley sugirió una vez que podríamos meditar con provecho sobre la siguiente visión del cielo: La condición del éxtasis físico y satisfacción emocional que resulta del intercambio sexual entre dos personas profundamente enamoradas es el mejor anticipo comúnmente disponible para nosotros de nuestra permanente condición del estado resucitado. “El poderoso valor inspirador de la electricidad sexual y los llamativos esplendores del cuerpo humano no serán inhibidos en el estado de resucitados como son por las debilidades de este mundo. Los gozos de la resurrección, en tal caso, serán interpersonales, físicos, sexuales y compartidos porque los gozaremos entre unos y otros”.
No son pocos los sorprendidos por esta clase de imágenes cuando son aplicadas al cielo. En cambio, es precisamente esta clase de imagen la que sobresale en la manera como algunos grandes místicos cristianos, incluidos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, describen el cielo. Para ellos, la muerte es vuestra noche de bodas.
Además, cuando uno examina cómo algunos de los profetas, singularmente Isaías, fantasean sobre “los últimos tiempos”, uno ve una considerable semejanza entre su visión de lo que constituye la salvación y las imágenes sexuales de los místicos. En ambos casos, al final, la visión es de plenitud, de consumación, de amor sin límite, de vida normal vuelta al revés, de una paz final que es extática. Por ejemplo, cuando Isaías indica que en los últimos tiempos el lobo se acostará con el cordero, la pantera con el cabrito, y la vaca y el oso se harán amigos, e incluso el león comerá paja lo mismo que el buey; y cuando se imagina el fin de los tiempos como un gran banquete de los manjares más enjundiosos y los vinos más selectos, su fantasía es diferente sólo en imagen, no en sustancia, de lo que sugiere Greeley. En ambos casos, una imagen deliciosa y profundamente sensual es usada para describir cómo pueden ser las cosas, y cómo serán, si estamos abiertos al don de la salvación.
Destaco estas fantasías porque ha sido demasiado raro que nos enseñaran que nuestras fantasías, por cierto también las sexuales, puedan ser el lugar donde intuimos la salvación. Somos la excepción privilegiada si nos han enseñado que nuestras fantasías terrenales pueden ser, potencialmente al menos, una rica fuente para el discernimiento y crecimiento espiritual. ¿Cómo así?
En nuestras ilusiones favoritas, concebimos frecuentemente algunos de los componentes esenciales de la salvación, esto es, nuestras mejores fantasías son inevitablemente imágenes de consumación y plenitud. En ellas, somos consumados y consumantes, hechos plenos y actores plenos, plenamente conocedores aun cuando somos conocidos plenamente, cara a cara (como Pablo describe esto en 1 Corintios 13: 12-13). En nuestras ilusiones, nunca nos falta un abrazo que da vida. En nuestros sueños, podemos hacer el amor sin reservas y de verdad.
Nuestras mejores fantasías vuelven la realidad gozosamente al revés, en donde, como en Isaías, los leones comen paja lo mismo que los bueyes. En nuestras ilusiones, las reglas normales del mundo son suspendidas y nosotros podemos ejecutar cosas grandes y nobles sin tener en cuenta nuestras propias limitaciones atléticas, artísticas, educativas ni prácticas. En nuestras fantasías nunca estamos limitados por nuestro cuerpo, raza, educación, origen, situación ni inteligencia. Nada es imposible en nuestras ilusiones. En nuestras fantasías podemos volar… y ser ese artista, novelista, atleta, estrella de cine única en un millón, y santo.
Además, en nuestras fantasías existe justicia y vindicación. Exactamente como los profetas imaginaron un gran día de ajuste de cuentas, cuando el arrogante será humillado, el cruel tendrá que responder por sus mezquindades, y la oculta virtud de los que sufren en silencio será revelada, así también en nuestras ilusiones. Una buena fantasía, a su deliciosa manera propia, siempre labra justicia. En nuestras fantasías, intuimos un nuevo cielo y una tierra nueva.
Finalmente, en nuestras fantasías sanas también estamos siempre en nuestro mejor y más noble momento. Nunca nos mostramos mezquinos, intolerantes ni pequeños en nuestras ilusiones. Ahí siempre somos ejemplo de virtud y nobleza: generosos, amables, profundamente cordiales y bondadosos.
Tomás de Aquino distinguió entre dos clases de unión. Para él, tú puedes estar en unión con algo tanto por medio de la posesión como por medio del deseo. En nuestras fantasías, incluso también en las que son tan sensuales y privadas como para avergonzarnos de ellas, nos conceden la privilegiada oportunidad de intuir cómo se percibe y se siente la salvación.
Tristemente, el concepto de cielo que nos llega por medio de la predicación de la iglesia, la catequesis y la escuela del domingo es a menudo tan inconsistente, antiséptico, dualista, asexual y platónico que no queremos negociar esta vida terrenal por él. La vida aquí, aun con todas sus penas y frustraciones, todavía aparece más rica y más estimulante que el cielo que se nos promete después de la muerte. La compañía con los ángeles, la luz perfecta y la expectativa de estar sentado en silencio por toda la eternidad alabando a Dios, aunque resulta maravillosamente correcto y lleno de significado si se entiende, es demasiado abstracto para seducirnos más allá de los placeres de esta vida.
De esta suerte, nos queda algo por aprender de los profetas bíblicos, los místicos… y de la imaginación de Andrew Greeley, irreverente en apariencia.