Comprensión y compasión del Viernes Santo

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Mientras Jesús está siendo crucificado, dice estas palabras: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. No es fácil decir estas palabras, y es quizás aun más difícil entenderlas en su profundidad. ¿Qué significa, en realidad, comprender y perdonar una acción violenta contra ti?

Hay varias respuestas aquí: Por ejemplo, en una trágica nota, compartida incontables veces en los medios sociales, un hombre que perdió a su esposa en los ataques terroristas de París en 2015, escribió estas palabras, dirigidas a aquellos que habían matado a su esposa:

El viernes por la tarde, robasteis la vida de una persona excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendréis mi odio. No sé quiénes sois, ni quiero saberlo: sois almas muertas. Si este Dios por el que matáis ciegamente nos hizo a su imagen, cada bala del cuerpo de mi esposa es una herida en mi corazón. Así que no, no os daré la satisfacción de odiaros. Vosotros lo queréis, pero responder al odio con ira sería ceder a la misma ignorancia que os hizo lo que sois. … Somos solamente dos, mi hijo y yo, pero somos más poderosos que todos los ejércitos del mundo… cada día de su vida este niño pequeño os insultará con su felicidad y libertad”.

A la vez que esta respuesta es admirablemente heroica, no resulta -creo yo- lo bastante profunda en su comprensión y compasión. Virtuosa y todo como es, carga no obstante una nota de separación moral, de una cierta superioridad. Además, le falta todo reconocimiento de ser de alguna manera cómplice en las desafortunadas circunstancias de cultura e historia que ayudó a provocar este horrible acto porque evita la pregunta: ¿Por qué me odias? Es una nota muy positiva y útil en su rechazo del odio; pero -me temo- puede tener exactamente el efecto opuesto en aquellos a quienes se acusa. Aún encenderá más su odio.

Contrastad esto con la carta que el abad trapense Christian de Cherge, escribió a su familia, poco antes de que fuera ejecutado por terroristas islámicos. Escribe:

“Si sucediera un día -y puede ser hoy- que llegara a ser víctima del terrorismo que ahora parece dispuesto a cercar a todos los extranjeros que vivimos en Argelia, me gustaría que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia recordaran que mi vida fue entregada a Dios y a este país. Les pido que acepten que el Único Maestro de toda vida no fue extraño a esta brutal partida. … Les pido poder asociar tal muerte a las otras muchas muertes que fueron tan violentas, pero olvidadas por la indiferencia y el anonimato. … He vivido suficiente tiempo para saber que tengo parte en el mal que, por desgracia, parece prevalecer en el mundo, incluso en el que me golpearía ciegamente. Querría, cuando llegue el momento, tener un momento expreso que me permitiera pedir perdón a Dios y a todos mis compañeros seres humanos; y, al mismo tiempo, perdonar con todo mi corazón a aquel que me matara. … No veo, de hecho, cómo podría gozar si esta gente a la que quiero fuera acusada indiscriminadamente de mi asesinato. Sería pagar demasiado caro lo que, quizás, será llamado “la gracia del martirio”, para deberlo a un argelino -cualquiera que pueda ser- especialmente si dice que está actuando en fidelidad a lo que él cree que es el Islam. Conozco el desdén con el que los argelinos en conjunto pueden ser mirados. Conozco también la caricatura del Islam que un cierto género de Islamismo anima. Es demasiado fácil dar a uno mismo una buena conciencia identificando esta conducta religiosa con las ideologías fundamentalistas de los extremistas. … Esto es lo que podré hacer, si Dios quiere: sumergir mi mirada en la del Padre, contemplar con él a sus hijos del Islam exactamente como él los ve, todos brillando con la gloria de Cristo, el fruto de su Pasión, lleno del Don del Espíritu, cuyo secreto gozo estará siempre para establecer comunión y formar de nuevo la semejanza, deleitándose en las diferencias. … Y tú también, amigo de mi momento final, (mi ejecutor), que no serías consciente de lo que estabas haciendo. Sí, para ti también deseo este “gracias” -y este “adieu”- para encomendarte al Dios cuyo rostro veo en el tuyo. Y que nos encontremos unos con otros, felices “buenos ladrones”, en el Paraíso, si a Dios place, el Padre de nosotros dos. Amén.

¡Ah, tener la gracia y compasión de contar con echar un trago, un día, con nuestros enemigos en el cielo, riéndonos juntos de nuestro antiguo y desviado odio, bajo la amorosa mirada del mismo Dios!