Mis queridos amigos:
Hace dos días que regresé de mis vacaciones y me encontré vuestra carta como prolongación de mi descanso. Las vacaciones las he disfrutado tanto cuanto necesitaba de ellas. Han sido unos días muy gozosos.
Me dices en tu carta que la valoración de tí misma está por los suelos y que tu esposo ha tratado de ayudarte, pero que ha sido imposible. Esta imposibilidad que encuentras en la recepción de la ayuda, que tu esposo está dispuesto a prestarte, me preocupa. Creo que te haría bien meterte en su piel y sentir como propia su posible impotencia y dolor, al ver que todo su cariño por tí, lo que significas en su vida y lo valiosa que eres para él y para el fruto de vuestro amor no es capaz de cambiar en flores toda la basura que tú te lanzas a tí misma. A lo mejor mirándote en él y poniéndote en su lugar puedes renovar tu capacidad de lucha sobre tí misma y puedes hacer posible lo que, desde tí misma, te resultaba imposible, arrastrando a la impotencia a quien mejor puede sanarte.
También me dices que esta falta de autoestima te lleva a la desconfianza con la gente y a estar preocupada por la imagen. A mí me parece que con ello puedes empeorar tu propia situación. No es cuestión de que cierres a la gente. Todo lo contrario. Quien te quiere y te valora es quien mejor puede ayudarte. No tienes que dar ninguna imagen. Quien te quiere lo hace por ser tú quien eres. No le importarán tus buenos, ni tus malos momentos. Te quiere siempre. Y te quiere por lo que eres. Como te quiere tu esposo, como te quieren vuestros hijos y como te quiero yo. Desde nuestra valoración puedes abrirte también al amor confiado en otras personas, sin olvidar que la confianza es una decisión, que muchas veces exige la superación y el control de los sentimientos negativos que hayan podido producirse con el roce de la relación.
De sobra sabemos que la autenticidad es una conquista, que se gesta a base de decisión de amar y confiar a pesar de todas las desilusiones que nos invitan a la desconfianza y a la clausura en nosotros mismos. Por experiencia personal sabes que la cerrazón y el enclaustramiento son un camino cerrado, que no conduce a ningún sitio. Por eso, te invito a que camines por senderos que te conduzcan a la plenitud de tí misma, que te den felicidad y que te eviten el abismo en que prevés que puedes caer.
Esto me parece que tiene relación con otros dos temas que me abordas en tu carta. La falta de valoración de tí misma se te traduce en falta de confianza en los demás. La máquina de hacer juicios se te dispara. Y esos juicios tuyos te provocan sentimientos negativos, que, si los sigues, te llevan a desconfiar de tus mejores amigos.
Por ejemplo, me hablas de tu rabia ante lo que crees que es un ocultamiento por parte de tus mejores amigos: ellos me pidieron una cantidad de dinero para abordar su difícil situación económica, sin deciros nada a vosotros en aquel momento, aunque ahora lo hayáis sabido por uno de ellos.
Te digo: la rabia es tuya. Viene provocada por tu creencia de que ellos te ocultaron lo que, en un clima de confianza, debieran haberte manifestado. Si le sigues el juego a tu rabia, con ella a lo mejor crees tener argumentos para justificar tu desconfianza. Pero esa justificación será en falso. Vuelvo a repetirte que, desde mi punto de vista, la confianza es una decisión personal y gratuita. No depende de la reacción de la persona que la recibe, sino de quien la da. En este caso de tí. Y, aunque tuvieras esos sentimientos y tu juicio acerca de la situación fuera correcto, puedes seguir confiando en la toma de una decisión gratuita de amor. Pero es que, además, el juicio me parece precipitado. Te voy a contar cómo sucedieron las cosas, puesto que las conozco de primera mano.
Dos meses antes de su muerte, él me pidió una fuerte suma de dinero, de la que yo no disponía en esos momentos, porque había tenido que ayudar a otros. Mientras reuní el dinero pasó un tiempo. El último cheque lo cobró él pocos días antes de su muerte. Durante todo ese tiempo, yo le pregunté si os lo había compartido a vosotros, ya que a mí no me parecía justo decíroslo, al tratarse de un asunto personal de ellos y parecerme que debían ser ellos quienes os lo comunicaran. Le pregunté varias veces si lo había hecho. Él me dijo que vosotros érais sus mejores amigos y que estaba decidido a compartíroslo en el momento oportuno. La muerte le sorprendió antes de hacerlo. Y, conociéndolo como lo habéis conocido, sabéis sus dificultades en compartir cuestiones del área económica, que explican que esperara hasta el último momento. También a su mujer, muerto él, le pregunté si os lo había compartido. Me dijo que esperaba hacerlo. ¿A qué esperaba? Yo creo que esperaba a rehacerse de la muerte de su marido y ahora que está rehecha os lo ha compartido. Vosotros sois sus mejores amigos. Por eso, espero que este asunto no mine vuestra confianza, sino que la acreciente y haga aumentar el amor y la ternura con que llenáis de gracia vuestra vida en reciprocidad.
Algo parecido pienso de la desconfianza que se os puede colar respecto de esos otros amigos por el hecho de que no os consulten. Hacéis muy bien en decir que estáis por ellos y que estáis dispuestos a ayudarles. No es sólo decirlo. Es la verdad, porque yo conozco a fondo vuestra generosidad y la ternura que derrocháis para con ellos. Pero, a lo peor, el hecho de que no os consulten determinadas cosas va produciendo sentimientos negativos, que, cuando no se comparten, van minando la relación y van agostando la flor de la ternura, de la confianza y de la donación. Por eso, decidir amar y confiar exige compartir esos sentimientos negativos en autenticidad y, si no se sanan las heridas después de compartidos, a pesar de todo seguir obstinadamente en la decisión de amar y confiar, procurando siempre la cercanía y la ayuda. Esa ayuda que nadie como vosotros les pueden prestar, precisamente porque antes que ellos estuvísteis vosotros en el puesto que ellos ocupan ahora. ¡Que vuestros sentimientos negativos no les priven de la ayuda inestimable que les podéis prestar! ¡Queredles a ellos más que a vuestros sentimientos negativos! ¡Vale la pena!
Confiar es una decisión. Nace de la decisión de amar. Crece en la medida en que uno cree en la bondad del otro, a pesar de las experiencias negativas al respecto. Es oferta de gratuidad. Para hacerla real en la relación hay que estar muy atento a lo que sucede en nuestro interior. Y ser muy responsables.
Esto que te digo a tí me lo digo también a mí mismo. Soy bien consciente de mis irresponsabilidades en este sentido, sobre todo con mis hermanos de comunidad. Me cuesta no seguir la corriente de mis sentimientos negativos, acumulados y no compartidos. Se me hace cuesta arriba confiar a pesar de los esquemas mentales que he forjado con el paso del tiempo. Se me hace difícil recomenzar cada vez. Pero sé que esta lucha tiene futuro. El futuro que Dios regala a una vida evangélica.
Espero que, puesto que tú y yo estamos empeñados en la misma empresa, nos vayamos recordando la tarea y nos vayamos estimulando a cumplirla. Un fuerte abrazo.