Aun a riesgo de ser simplista, quiero decir algo sobre la oración de una manera muy sencilla.
Mientras estaba haciendo estudios de doctorado, tuve un profesor, un anciano sacerdote agustino, que en su comportamiento, lenguaje y actitud, irradiaba sabiduría y madurez. Todo acerca de él demostraba integridad. Confiabas inmediatamente en él, el sabio abuelo de los libros de cuentos.
Un día, estando en clase, habló de su propia vida de oración. Igual que con todo lo demás que compartía, no hubo filtros, sólo honradez y humildad. No tengo presentes sus palabras exactas, pero recuerdo bien la esencia de lo que dijo y se me ha quedado durante los casi cuarenta años desde que tuve el privilegio de asistir a su clase.
Aquí está lo que contó: La oración no es fácil, porque siempre estamos cansados, distraídos, ocupados, aburridos y enganchados a tantas cosas que es difícil encontrar el tiempo y la energía para centrarnos en Dios durante algunos momentos. Así, pues, esto es lo que hago yo: sin importar cómo es mi día, sin importar lo que hay en mi mente, sin importar cuáles son mis distracciones y tentaciones, yo soy fiel a esto: Una vez al día rezo el Padrenuestro lo mejor que puedo, desde donde estoy en ese momento. Dentro de todo lo que está pasando en mí y alrededor de mí en ese día, rezo el Padrenuestro, pidiendo a Dios que me oiga desde dentro de todas distracciones y tentaciones que me están acosando. Es lo mejor que puedo hacer. Tal vez sea un simple mínimo, y debería hacer más e intentar concentrarme con más ahínco, pero al menos hago eso. Y a veces, es todo lo que puedo hacer, pero lo hago cada día, lo mejor que puedo. Es la oración que Jesús nos dijo que hiciéramos.
Sus palabras podrían sonar simplistas y minimalistas. En realidad, la iglesia nos desafía a hacer de la Eucaristía el centro de nuestras vidas de oración, y un hábito diario de meditación y oración privada. También, muchos escritores espirituales clásicos nos dicen que deberíamos reservar una hora cada día para la oración privada, y muchos escritores espirituales contemporáneos nos desafían a practicar diariamente oración centrante o alguna otra forma de oración contemplativa. ¿Dónde deja eso a nuestro anciano teólogo agustino y su consejo de que recemos un sincero Padrenuestro cada día, lo mejor que podamos?
Bueno, nada de esto va contra lo que compartió tan humildemente. Él sería el primero en estar de acuerdo con que la Eucaristía debería ser el centro de nuestras vidas de oración, y estaría también de acuerdo tanto con los escritores espirituales clásicos que aconsejan una hora de oración privada al día, como con los autores contemporáneos que nos desafían a hacer diariamente alguna forma de oración contemplativa, o al menos habitualmente. Pero él diría también esto: en uno de esos momentos del día (idealmente en la Eucaristía o mientras se reza el Oficio de la Iglesia, pero al menos alguna vez durante vuestro día), cuando estáis diciendo el Padrenuestro, rezadlo con tanta sinceridad y concentración cuanta podáis en ese momento (“lo mejor que podáis”); y sabed que, sin importar vuestras distracciones en ese momento, es lo que Dios os está pidiendo. Y eso basta.
Su consejo ha permanecido conmigo a lo largo de los años y, aunque digo algunos Padrenuestros cada día, intento, al menos en uno de ellos, rezar el Padrenuestro lo mejor que puedo, plenamente consciente de qué mal lo estoy haciendo. ¡Qué desafío y qué consuelo!
El desafío es rezar un Padrenuestro cada día lo mejor que puedo. Como sabemos, esa oración es profundamente comunitaria. Cada petición de ella es plural -“nuestro”, “nuestras”, “nos”, “nosotros”- sin que haya ningún “yo” en el Padrenuestro. Además, todos nosotros somos sacerdotes desde el bautismo y parte natural en la alianza que hicimos entonces; se nos pide diariamente rezar por otros, por el mundo. Para aquellos que no pueden participar en la Eucaristía diariamente y para los que no rezan el Oficio de la Iglesia, rezar el Padrenuestro es su oración eucarística, su oración sacerdotal por otros.
Y este es el consuelo: ninguno de nosotros es divino. Todos somos incurablemente humanos, lo cual significa que muchas veces, quizás la mayoría de las veces, cuando tratemos de rezar, nos encontraremos acosados por todo, desde cansancio hasta aburrimiento, impaciencia, planes de la agenda de mañana, clasificación de las heridas del día, ansiedad de con quién estamos enfadados, trato con fantasías eróticas. Nuestra oración raramente se emite desde un corazón puro, sino normalmente desde uno muy terreno. Pero, y esta es la cuestión, su verdadera terrenidad es también su verdadera honradez. Nuestro inquieto y distraído corazón es también nuestro corazón existencial, y es el corazón existencial del mundo. Cuando oramos desde allí, estamos (como la clásica definición de oración lo haría) levantando la mente y el corazón a Dios.
¡Trata, cada día, de rezar un sincero Padrenuestro! ¡Lo mejor que puedas!