Los novicios rogaron al Abad que les revelara el secreto de la sabiduría.-No lo tengo -les contestó el Abad.-Entonces -replicaron desalentados los novicios-, ¿dónde podríamos alcanzarlo?-El secreto de la sabiduría -sonrió el Abad- no se alcanza, se recibe.-Enséñanos a recibirlo -replicaron ellos con insistencia.-Cuando se hayan echado las tinieblas, id al lugar de la reunión y allí encontraréis un libro que os descubrirá lo que buscáis. Leedlo hasta el fin. Entretanto, no hagáis más preguntas.Fueron adonde les había dicho el Abad, pero en el lugar de la reunión no había más \»libro\» que un pequeño cirio encendido. Allí estuvieron hasta que se consumió del todo.-¿Qué leísteis? -les preguntó el Abad al día siguiente:Los novicios fueron diciendo:-El cirio se consume.-Sólo para dar luz.-Y calor.-Silenciosamente.-No deja cenizas.-Persevera hasta el fin.-Os dejais lo más importante -observó muy serio el Abad.-¿Qué es? -preguntaron todos al unísono.El Abad abrió lentamente la puerta y se marchó.(\»En la búsqueda de Dios nadie puede suplirnos\», había dicho el Abad muchas veces).
IV Domingo de Adviento
Lc 1,46-56. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí