Contemplar: Un quehacer cotidiano

7 de noviembre de 2007

No podemos olvidar que lo original del cristiano no es el compromiso, ni la acción en favor de los demás, sino la experiencia de fe que hacemos en la vida y en el compromiso transformador y apostólico con los demás. En ese lugar de la vida cotidiana hemos de habituarnos a contemplar a Dios.

En el Antiguo Testamento. Dios escucha el grito y clamor de su pueblo, se solidariza con la vida del pueblo. Así le vemos hacer historia, implicado en la historia de Israel y de las demás naciones. Dios no solo escucha los gemidos del pueblo, sino que le anima a que salga de la esclavitud, le promete un futuro esperanzador en una tierra donde puedan darle culto en justicia y verdad (Éxodo). Israel tiene conciencia de que ha sido Dios quien le ha liberado: «Yo te he sacado de Egipto».

A través de los profetas, Dios va conduciendo al pueblo, según su proyecto, en la situación histórica concreta y diversa en la que dicho pueblo se encuentra. El profeta es el hombre de la Palabra de Dios. Es capaz de ver el presente desde la mirada de Dios y descubrir en él los signos que apuntan hacía el futuro que Dios quiere.

La experiencia fundante de la liberación y la experiencia histórica de la profecía se constituyen en las claves de la visión del presente.

Claves para la contemplación de la vida cotidiana

http://www.morguefile.com/forum/profile.php?username=bamagirl Pero en el Nuevo Testamento Dios se hace gemido, grito e historia. En el misterio de la encarnación, el Verbo asume toda la realidad humana, toma carne de hombre y esclavo. Desde que Cristo se encarnó, ninguna realidad humana queda fuera de este misterio del Verbo. Este misterio, lo mismo que todo lo que dijo e hizo Jesús, tiene el valor de «signo» permanente para todas las generaciones.

El germen de su presencia y acción liberadora ha sido depositado en la vida y realidad de toda la humanidad desde la forma de vida de los más pobres y deteriorados. Ese germen significativo del Salvador, animado por su Espíritu, dinamiza la vida y la historia de los hombres conduciéndola hacia la promesa de «unos cielos nuevos y una nueva tierra».

Si el mundo y los acontecimientos de la historia son una realidad simbólica, capaz de lanzar toda una serie de mensajes más allá de lo que a simple vista vemos, para nosotros los cristianos, ese mismo mundo -en donde se ha realizado el misterio de la Encarnación y Redención- es lugar teológico donde podemos escuchar el grito del Señor encarnado en los gritos de los hermanos, descubrir su presencia liberadora en los acontecimientos humanos, encontrarnos personalmente con el Verbo de Dios y descubrir las llamadas a la construcción de su Reino, como proyecto liberador del Padre.

Aquí, en el misterio de la Encarnación, es donde están las claves de la unidad entre vida y fe, acción y oración, sacramentos y liberación en la vida cotidiana y en los acontecimientos más significativos.

Tres dimensiones fundamentales

Esta manera de contemplar la vida tiene tres aspectos fundamentales que no podemos olvidar:

  • La contemplación de la vida cotidiana la hacemos desde la Palabra de Dios, experiencia de fe de los primeros hermanos que nos posibilitan la actualización del Proyecto de Dios. Es decir, se trata de leer la vida normal y corriente con objetividad, profundidad y cordialidad a la luz de la Palabra de Dios.
  • Hacemos este ejercicio de oración y contemplación de la vida, no para «ser mejores», sino para llevar a cabo la misión que el Señor nos ha encomendado en la Iglesia. Es decir, la contemplación de la vida tiene un talante radicalmente misionero. Lo que contemplamos es lo que compartimos y anunciamos a los hermanos.
  • Por otro lado, no podemos olvidar que lo original del cristiano no es el compromiso, ni la acción a favor de los demás, sino la experiencia de fe que hacemos en la vida y en el compromiso transformador y apostólico con los demás. Y por ésto hemos de habituarnos a hacer este ejercicio de contemplación en la vida cotidiana.

Una hoja de mi cuaderno de contemplación de la vida

Adriana es una de las viejecitas fijas en la Asamblea eucarística de los días laborables. Adriana me empezó a sorprender desde el principio porque en plena Eucaristía lanzaba unos suspiros que no pasaban desapercibidos ni siquiera para los más sordos. Al principio me llamaron la atención. Después me llegaron a molestar; más tarde, ya ni les hacia caso.

Un día me entero de que Adriana, en seis meses, ha perdido dos hijos y que otro lo tiene en la cárcel y padece el sida. Parece que está en estado terminal. Desde ese momento empecé a entender sus suspiros en la Eucaristía. Eran la expresión del corazón de una madre que contemplando a sus hijos en la cruz, reaccionaba en la Celebración.

Era la manera que tenía de hacer, y de ayudarnos a hacer, nuestras Eucaristías más históricas. Era su manera de participar más activamente en la celebración. Esa era la palabra que los pobres han aprendido para expresarse; no sabía participar de otra manera; a vida le había enseñado a participar en la celebración de la fe desde su realidad más radical.

En un encuentro que tuve con ella me dijo: «Los vecinos me dicen que, cómo después de lo que me ha pasado y me pasa, aún vengo a la Iglesia; que cómo puedo creer en Dios cuando me manda todo esto. Y le vengo a preguntar si hago mal porque es verdad que yo no lo entiendo, pero ¿verdad que Dios no es culpable?… Yo vengo a la Iglesia porque confío en Dios. El sabrá… Además, si me faltara Dios…».

Realidad y significado

Cuando Adriana en la Eucaristía expulsa esos suspiros, es para mí la mejor participación que en la pobre asamblea se puede dar. Y cuando veo a Adriana en la Celebración, es para mí reconocimiento de un acto de fe profunda y de confianza en Dios. Esto me sirve de ayuda para presidir la Eucaristía.

He ido descubriendo, a partir de este hecho y otros en la misma línea, que los pobres son un don del Padre para mí. Ellos me revelan las maravillas que Dios hace en el corazón humano. Son hermanos que me ayudan a convertir mi mirada ideologizada, entrando en una dimensión más teologal.

En sus vidas, tan normales, tan corrientes, se me ha ido revelando que estas viejecitas son representativas de lo que es mi barrio, mi gente. Ellas son la expresión creyente de sus hijos y nietos mordidos por la increencia, el pecado y la miseria.

El «Id en paz» que tengo que decir como presidente, enviando a la comunidad a poner la mesa en los caminos de la historia de los hermanos, se vuelve hacia mí, como integrante de la comunidad cristiana y de la Iglesia, lanzándome a hacer el Evangelio entre los pobres mordidos por la increencia.
Soy todos los días invitado a salir a las calles de mi barrio a expresar el cariño del Padre por los pobres y pecadores.

Breve esquema para hacer la contemplación en la vida cotidiana

  1. Es fundamental partir de hechos concretos de la vida donde hay algo que nos haya llamado la atención.
  2. Fijarse y estar muy atentos a lo que hay el fondo de esos hechos. Atentos a la experiencia humana que hacen las personas y grupos que intervienen
  3. Hemos de intentar descubrir las causas y las consecuencias de esos hechos, tanto a nivel personal como colectivo y estructural…
  4. Nos planteamos qué interrogantes nos hace toda esa vida que descubrimos a nosotros personalmente y los colectivos, instituciones y grupos en los que estamos y a los que pertenecemos.
  5. Intentamos descubrir de qué manera está formulada en el Evangelio esa experiencia que aparece en el hecho. Es decir, ver qué textos pueden iluminar lo que hemos visto en los hechos elegidos. Aquí hemos de tener cuidado de no «forzar» los textos, ser objetivos, no hacerles decir a los textos lo que no dicen. Para leer esos hechos de vida desde la Palabra de Dios te sugiero lo siguiente:
  • Ver cómo lo que ha pasado en los hechos aparece en la Palabra de Dios.
  • Descubrir los signos -o contrasignos— del Reino de Dios en la vida que hemos visto ayudados por esa Palabra de Dios.
  • Intentar descubrir, en un clima de oración, el paso de Dios por esa vida y encontrarnos con el Señor ahí, en la vida y en la Palabra.
  • Ver qué llamadas nos hace el Señor a partir de esa contemplación de la vida.