Alumno de quinto de media (el inmediatamente anterior a la universidad) vende armas de verdad, en concreto pistolas. Es un dato comprobado. Todos lo sabemos, la policía incluida y hasta su propia madre que es profesora en ese mismo colegio de su hijo mercenario. Nadie decimos nada, sin embargo.
Mañana iré a un pueblo a conjurar con rezos el maleficio de una familia que ayer mismo ha perdido un hijo –alumno mío hace tan poco- asesinado por los mafiosos; familia que hace unas semanas perdió a otro hijo de la misma manera.
El jueves pasado, aquí en Juanjuí, sacaron del río un cadáver torturado, metido en una bolsa de plástico… Disculparme, me levanto porque llaman a la puerta. Ya, ya he vuelto de nuevo con vosotros, y continúo. ¿Sabéis quién era el que llamaba? Un familiar de otro muerto violentamente, pidiendo una misa para él.
La nuestra es una película larga y de solución difícil. La muerte violenta continúa aquí, tan cerca, tan visible. Tal es el ambiente donde vamos pudriendo nuestra propia semilla. ¿El tiempo de la cosecha? Dios lo sabe y basta.
Estoy viviendo sin embargo, paradoja, un momento de plenitud sosegada. A mi medida, claro. Tengo una paz que no me explico; acepto este proceso dentro del que vivo, aunque no sea el mejor. Me ronda muy dentro una alegría… una alegría sin bordes visibles que me empuja a estar al lado de mis hermanos sin herirles. Sin angustias. Sencillamente, existiendo en este campo de amapolas rojas.
De pie, seguimos viviendo estos caminos dejando que nos atraviesen de uno al otro extremo. Organizaremos pequeñas cosas: como el Encuentro Juvenil, como los Cursillos para los campesinos. Roturar tierra humana es siempre una aventura. Vivimos tragedias o fiestas indecibles, pero apoyados en la que las hace fecundas: la esperanza de más Vida. La coca ha irrumpido como una plaga, cayendo sobre la ignorancia campesina que, por hambre y más seguridades, no sabe al peligro al que se expone. Hay que seguir… Llevaremos esta cruz sencilla sobre los hombros con la confianza suficiente puesta en Él, tan viva como para no preguntarse aburrida, reiterada y machaconamente: “¿por qué…?, ¿por qué sucede así?”.
Además… siempre hay sentada en un banco de la plaza una pareja joven de enamorados que, sin equivocarse al elegir el amor como carrera, nos anuncian sin saberlo que el mañana será solamente eso: amor bien repartido y compartido. Siempre hay un niño que te saluda al cruzarte con él por un camino. Hay un plato de comida compartido bajo un techo humilde. ¡Cuántas cosas hay más fuertes que la desesperanza!