Recientemente, en una cena académica, estaba sentado en la mesa de un científico nuclear. En un momento, le pregunté: ¿Cree que hay vida humana en otros planetas? Su respuesta me sorprendió: “Como científico, no, no creo que haya vida humana en otros planetas. Científicamente, las pruebas son fuertes contra esa afirmación. Pero, como Cristiano, creo que hay vida humana en otros planetas. ¿Por qué? Mi lógica es esta: ¿Porqué elegiría Dios a un solo hijo?
¿Por qué Dios elegiría tener solamente un hijo? Buena lógica. ¿Porqué, ciertamente, un Dios infinito, capaz de crear y amar más allá de toda imaginación, quisiera hacer esto sólo una vez? Por qué un Dios infinito diría, en un determinado momento: “Es suficiente. Este es mi límite. ¡Esta es toda la gente que puedo manejar y amar! ¡Cualquier cosa más allá de esto es demasiado para mí! Este es el momento de parar de crear y empezar disfrutar de lo que he hecho.”
Dicho así la corazonada de mi amigo científico tiene sentido. Dado que Dios es infinito, ¿por qué Dios dejaría de hacer en algún momento lo que Dios hace? ¿Por qué Dios nos privilegiaría sólo a nosotros? ¿Quién daría vida, no haría este mismo regalo a otros sin fin? ¿Según qué lógica, distinta a los límites de nuestra propia mente, se pondría un final a la creación?
Nos enfrentamos a esto porque lo que Dios ya ha creado, tanto en términos de inmensidad del universo como de número de personas que han nacido a lo largo de la historia, es ya demasiado para ser comprendido por nuestra imaginación. Hay millones y millones de planetas, con trillones de procesos sucediendo en cada uno de ellos cada segundo. Solo en nuestro planeta Tierra, hay más de siete mil millones de personas viviendo, millones más que han vivido antes que nosotros, y muchos más que nacen cada segundo. Y dentro de cada una de estas personas hay un corazón único y una mente atrapada en una infinita gama de alegrías, angustias y decisiones morales. Por otra parte, todos estos miles de millones de seres humanos y procesos cósmicos han sucedido durante millones de años. ¿Cómo podemos imaginar en algún lugar un corazón y una mente que conoce y ama y se cuida íntimamente de cada persona, cada alegría, cada angustia, cada elección moral, cada planeta, estrella y grano de arena, como si fuera su único hijo?
La respuesta es clara: ¡No me lo puedo ni imaginar! Tratar de imaginar esto acabaría en ateísmo o alimentar un falso concepto de Dios. Cualquier creencia que merezca la pena sobre Dios tiene que ser capaz de conocer y amar más allá de la imaginación humana, de otra manera, la inmensidad de nuestro universo y el carácter único de nuestras vidas no pueden ser contenidos en el amoroso cuidado de las manos y el corazón de cualquiera.
Pero, ¿cómo Dios puede conocer, amar y cuidar de toda esta inmensidad y complejidad? Por otra parte, ¿cómo irán al cielo estos miles de millones a personas, de manera que todos nosotros terminemos como un sólo cuerpo de amor dentro del cual estaremos en comunión íntima con los otros? Esto está más allá de nuestra imaginación, al menos, en términos de las capacidades humanas, pero mi corazonada es que ese cielo no puede ser imaginado no porque sea demasiado complejo sino porque es muy simple, digamos, simple de la misma manera que la filosofía escolástica afirma que Dios es simple: Dios encarna y engloba toda complejidad, así como constituye una realidad demasiado simple como para ser imaginada.
Parece también que el origen de nuestro universo es también demasiado simple como para ser imaginado, en la medida en que lo conocemos, tuvo un comienzo y los científicos creen (La teoría del Big Bang) que todo se originó desde una simple célula de energía demasiado diminuta para medirse o imaginarse. Esta simple célula explotó con una fuerza y una energía que todavía está presente hoy en día, expandiéndose aún y creando miles de millones de planetas a su paso. Un científico cree que todo esto volverá a unirse de nuevo, involucionar, en algún momento del futuro el cual llevará miles de millones de años para desplegarse.
Así que esta es mi corazonada: puede que los miles de millones de personas, viviendo y muriendo y aún pendientes de nacer, tanto en sus orígenes como en su eventual destino, paralelamente a lo que ha sucedido y está sucediendo en el origen, expansión y eventual repliegue de nuestro universo, sea que, justamente como Dios crea miles de millones de planetas, Dios crea miles de millones de personas. Y como nuestro universo físico volverá un día a unirse de nuevo en una unidad, también todas las personas se unirán de nuevo en una única comunidad dentro de la cual la intimidad del amor de Dios por nosotros nos unirá y sostendrá en una unidad demasiado simple como para ser imaginada, excepto que ahora esa unión con Dios y con cada prójimo no sea inconsciente sino conocida y sentida de una forma suprema, como autoconciencia de gratitud y éxtasis.