Hace algunos años asistí en un fin de semana a un retiro dado por una mujer que no escondía el hecho de que no poder tener hijos constituía una profunda herida en su vida. Así que ofrecía retiros sobre el dolor de no poder tener hijos. Siendo yo célibe y no teniendo mis propios hijos, asistí a uno de esos retiros, el único hombre en probar fortuna allí. El resto de participantes eran mujeres, la mayoría en sus 40 y 50 años, que no habían tenido hijos propios.
Nuestra directora del retiro, haciendo uso de la escritura, biografía, poesía y psicología, examinó la cuestión de la esterilidad desde muchos puntos de vista. El retiro llegó a su punto crítico la tarde del sábado con un ritual en la capilla, a la que varios participantes trajeron una gran cruz y expresaron claramente su dolor para que Jesús y todos los demás lo oyeran. Eso fue seguido por nosotros viendo, juntos, la película británica Secretos y mentiras, en la que la angustia de una mujer incapaz de concebir un hijo es destacada poderosamente. Después, hubo una gran y sincera manifestación de sentimientos, ¡y muchas y muchas lágrimas! Pero después de esa dolorosa manifestación de dolor y las generosísimas lágrimas que la acompañaron, todo el ambiente cambió, como si alguna oscura tormenta hubiera hecho lo suyo pero nos hubiera dejado a nosotros aún intactos. Hubo alivio y mucha risa y alegría. En verdad, una tormenta había pasado sobre nosotros pero estábamos a salvo.
Cualquier dolor se puede sobrellevar si se puede compartir. A Art Schopenhauer se le atribuye este dicho, pero, independientemente de quién lo dijo primero, capta lo que sucedió en ese retiro. Un profundo dolor fue hecho más llevadero no porque fuera superado sino porque fue compartido, y compartido de una manera “sacramental”. Sí, hay sacramentos que no tienen lugar en una iglesia, pero aun así tienen poder sacramental. Y necesitamos más de ellos.
Por ejemplo, Rachel Held Evans escribe: “Frecuentemente oigo a lectores que han abandonado sus iglesias porque no tenían canciones para cantar después del fracaso, el disparo, el terremoto, el divorcio, el diagnóstico, el ataque, la bancarrota. La tendencia americana hacia el triunfalismo, del optimismo enraizado en el éxito, el dinero y el privilegio, contagiará y minará de sustancia a cualquier comunidad de fe que ha perdido su capacidad para mantener espacio para aquellos que están en aflicción”.
Tiene razón. Nuestras iglesias no están creando bastante espacio para contener el dolor. En esencia: En la diaria espiritualidad práctica de la comunidad, la oración, la liturgia y la Eucaristía de nuestras iglesias, no nos apoyamos suficientemente en el hecho de que Cristo es a la vez una realidad que muere y resucita. Generalmente no tomamos la parte de Cristo que muere tan seriamente como deberíamos. ¿Cuáles son las consecuencias?
Entre otras cosas, quiere decir que no creamos bastantes celebraciones públicas y rituales en nuestras iglesias en que la gente pueda sentirse libre para reconocer y expresar su aflicción y dolor públicamente y de una manera “sacramental”. Desde luego, nuestras iglesias sí tienen ritos funerarios, sacramentos de los enfermos, servicios de reconciliación, servicios especiales de oración después de una tragedia en una comunidad, y otros rituales y encuentros que son poderosos espacios para contener el dolor y la aflicción. Sin embargo (con la excepción del sacramento de la reconciliación, que, en cambio, es generalmente un ritual privado y uno-a-uno) estos están generalmente unidos a circunstancias especiales y singulares tales como una muerte, una enfermedad seria o una tragedia episódica en una comunidad. Lo que nos falta son rituales regulares eclesialmente basados y públicos, análogos a encuentros de Alcohólicos Anónimos, en torno a los cuales la gente puede venir, compartir su aflicción y experimentar una gracia que sólo puede venir de la comunidad.
Necesitamos diversas clases de celebraciones “sacramentales” en nuestras iglesias, en las que -para usar la terminología de Rachel Held Evans- podamos crear y mantener espacios para aquellos que están sufriendo un corazón roto, un fracaso, un aborto, un cruel diagnóstico médico, una bancarrota, la pérdida de empleo, un divorcio, una jubilación forzada, un rechazo en el amor, la muerte de un preciado sueño, la entrada a una vida asistida, la adaptación a un nido vacío en un matrimonio, la esterilidad y frustraciones de todas clases.
¿Qué parecerán estos rituales? En su mayor parte no existen aún, así que depende de nosotros inventarlos. Charles Taylor sugiere que la batalla religiosa hoy no es tanto una batalla de la fe sino una batalla de la imaginación. Nadie ha vivido nunca en esta clase de mundo anteriormente. Necesitamos algunos rituales nuevos. Somos pioneros en nuevo territorio, y los pioneros tienen que improvisar. Se admite que el dolor y la aflicción siempre han estado con nosotros, pero la pasada generación tuvo medios públicos de crear espacio para contener la pena. Las familias, las comunidades y las iglesias tuvieron entonces menos de una batalla con la clase de individualismo que hoy nos deja generalmente solos para tratar de nuestra aflicción. Hoy ya no hay una suficiente estructura pública y eclesial para ayudarnos a aceptar que, aquí en esta vida, vivimos “gimiendo y llorando en un valle de lágrimas”.
Necesitamos imaginar algunos rituales sacramentales nuevos en los que ayudar a contener nuestra aflicción.