El amor matrimonial se configura en un proyecto de vida. Nace del encantamiento y la pasión que lleva al encuentro y conocimiento personal. La experiencia del encuentro saca de la soledad, singulariza a partir de la pandilla y de la familia. Cada uno llega a ser único para el otro. La vida personal, sin la compañía del otro, ha perdido interés. Es incomprensible.
1) Lo mejor de uno mismo
Los novios enamorados suelen expresar su experiencia diciendo: nadie me había querido así, nadie me había comprendido y aceptado así, con nadie me he sentido tan a gusto como con él o con ella. Gracias a ella soy distinto. Juntos podemos comernos el mundo. Esa energía inicial pasa después por distintas etapas. Se topa con la parte menos hermosa y altruista de cada uno. Para seguir desarrollándose como fidelidad e intimidad progresiva tiene que superar algunos obstáculos, que son comunes a toda relación. Pasa por crisis y desilusiones más o menos conscientes y profundas. No protege de la soledad y el desencanto. La trayectoria de la relación conyugal es similar la relación religiosa entre el ser humano y Dios.
2) Olvidar el sueño inicial
Con el paso del tiempo y la convivencia, la atención no puede estar tan centrada en el sueño de vida, de familia, de estilo de vida. La atención, el tiempo y las energías se centran en el trabajo y el éxito profesional, en la crianza y educación de los hijos. Disminuye la motivación y las oportunidades de vivir la intimidad y la comunicación. Los anhelos profundos de vivir un proyecto original y único se van apagando y el conformismo va ganando terreno. Se van convirtiendo en una pareja más. El sueño original se lee de otra manera: eso era idealismo, era propio de la juventud. Pero ya no lo podemos tomar en serio. Pertenece al pasado.
3) Alimentar resentimientos
El proceso de crecimiento pasa necesariamente por momentos de desilusión. Uno no es sólo lo que creía ser, ni tan generoso, ni tan altruista, ni tan galante. Tampoco ella es tan cariñosa ni tan sociable ni tan atenta como se mostraba antes. El otro no está en la vida para colmar mis necesidades. Él tiene las suyas. Y cada persona es responsable de satisfacer sus necesidades. Pero como esto resulta una tarea muy ardua, resulta fácil responsabilizar al otro de mis decepciones e incoherencias. Por su culpa no puedo vivir y hacer lo que quiero hacer. La espiral del resentimiento se autoalimenta. Lejos de facilitar la comunión de vida y amor, lo que hace es afianzar la distancia y el vacío entre las personas.
4) La lucha por el poder
Toda relación interpersonal implica competición por el poder. Al ser más íntima y transparente, la relación conyugal es, por una parte, un bálsamo para las diferencias, pero, por otra parte, es sal para las limitaciones de cada uno. Es la lucha por el poder: el poder de los afectos, el de las decisiones, el de las razones. Como en toda relación, el poder se distribuye y se reparte. A ves pacíficamente, otras veces por conquista. Y se llega a un equilibrio. Acontece sin embargo, que algunas parejas no se contentan con esa distribución equitativa. Y se prolonga la lucha por la superioridad. Ahí está la raíz de cantidad de discusiones y conflictos. Necesito mostrar que en esto soy superior a ti. Y que me lo reconozcas.
Para el crecimiento de la relación de fidelidad creativa y amorosa de la pareja es imprescindible el perdón. Implica la capacidad para reconocer las propias limitaciones. Tiene dos formas esenciales: pedir perdón y dar el perdón. El resultado es la reconciliación. Sin ella no hay crecimiento y maduración del amor conyugal. Ni del amor fraterno. Por eso la experiencia del perdón es una buena noticia.