Cristo y la naturaleza

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hoy, numerosos grupos y personas están desafiándonos respecto a nuestra relación con la madre tierra. Desde Green Peace, desde varios grupos medioambientales, desde diversos grupos cristianos y otros grupos religiosos, y desde diferentes voces individuales, viene el desafío de ser menos ciegos, menos irreflexivos y menos temerarios sobre la manera de  relacionarnos con la tierra. Cada día, nuestros noticiarios señalan cómo,  del modo más irreflexivo, estamos contaminando el planeta, desmontando sus recursos, creando megavertederos, emitiendo peligrosamente carbono en la atmósfera, causando la desaparición de miles de especies, originando mal aire y mala agua, y reduciendo la capa de ozono. Y así se lanza el grito: Vive más sencillamente, usa menos recursos, reduce la huella de carbono y trata de reciclar cuanto más puedas lo que has usado.

Ese desafío, por supuesto, es muy bueno y muy importante. El aire que exhalamos es el aire que eventualmente inhalamos, y así necesitamos tener mucho cuidado con lo que exhalamos. Este planeta es nuestro hogar, y necesitamos asegurar que, a largo plazo, pueda proporcionarnos el sostenimiento y el confort de un hogar.

Pero, aun siendo esto verdad, todavía hay otra razón muy importante por la que necesitamos tratar a la madre tierra con más prudencia y respeto, a  saber, Cristo mismo está vitalmente ligado a la naturaleza, y sus razones para venir a la tierra también incluyen la intención de redimir el universo físico. ¿Qué implicaciones tiene esto?

Permitidme empezar con una anécdota que recoge, en esencia, lo que está en juego. Al teólogo científico Pierre Teilhard de Chardin, en conversación con un oficial vaticano que estaba confundido por sus escritos y doctrinalmente sospechoso de ellos, le preguntó éste: “¿Qué está tratando de hacer con sus escritos?”. Teilhard respondió: “Estoy tratando de escribir una Cristología que sea suficientemente amplia para incorporar al Cristo total, porque Cristo no es sólo un acontecimiento antropológico sino es también un fenómeno cósmico”. Simplemente traducido, está diciendo que Cristo no vino sólo a salvar a la humanidad; vino por eso, ciertamente, pero también vino a salvar el planeta, del cual la humanidad es sólo una parte.

Diciendo eso, Teilhard tiene un sólido apoyo bíblico. Mirando a las escrituras, encontramos que éstas afirman que Cristo no sólo vino a salvar a la humanidad; vino a salvar al mundo. Por ejemplo,  la carta a los Colosenses (1, 15-20) recoge un antiguo himno cristiano que afirma que Cristo era ya una fuerza vital en la creación original (“porque por medio de él fueron  creadas todas las cosas”) y que Cristo es también el punto final de toda la historia, humana y cósmica.  La carta a los Efesios, recogiendo también un antiguo himno cristiano (1, 3-10), marca el mismo punto; mientras la carta a los Romanos (8, 19-22) es incluso más explícita afirmando que la creación física, la madre tierra y nuestro universo físico están “gimiendo” mientras ellos también aguardan la redención de parte de Cristo. Entre otras cosas, estos textos afirman que el mundo físico es parte del plan de Dios para la postrera vida celestial.

¿Qué se contiene en eso si insistimos en sus implicaciones? Algunos principios muy claros: primero, la naturaleza -no sólo la humanidad- está siendo redimida por Cristo. El mundo es no sólo un escenario sobre el cual  la historia humana agota la energía; tiene significado y valor intrínsecos más allá de lo que significa para nosotros como humanos. La naturaleza física es, en realidad, hermano y hermana con nosotros en el viaje hacia el fin de la historia prometido por Dios. Cristo vino también a redimir la tierra, no sólo a aquellos de nosotros que estamos viviendo en ella. La creación física también entrará en la síntesis final de la historia, esto es, el cielo.

Segundo, significa que la naturaleza tiene intrínsecos derechos, no sólo los derechos que encontramos conveniente pactar. Lo que esto significa es que desfigurar y abusar de la naturaleza es no sólo un problema legal y ambiental, es un problema moral. Estamos violando los intrínsecos derechos de alguien (de algo). Así, cuando nosotros, sin pensar, tiramos un bote de coca en una cuneta, estamos no sólo quebrantando una ley; estamos también, a cierto nivel profundo, desfigurando a Cristo. Necesitamos respetar la naturaleza, primero de todo, no para que no se rebele sobre nosotros y nos devuelva nuestra propia asfixiante polución, sino porque ella, al igual que la humanidad, tiene sus propios derechos. Esta es una enseñanza demasiado raramente afirmada.

Finalmente -no lo menos- lo que se implica en la comprensión de la dimensión cósmica de Cristo y lo que eso significa en términos de nuestra relación con la madre tierra y el universo es el no negociable hecho de que la búsqueda de la comunidad y la consumación en el Reino de Dios (nuestro viaje hacia el cielo) es una búsqueda que nos llama no sólo a una propia relación con Dios y con cada uno, sino también a una propia relación con la creación física.

Nosotros somos humanos con cuerpos que viven en la tierra, no incorpóreos ángeles que viven en el cielo, y Cristo vino para salvar nuestros cuerpos junto con nuestras almas; y vino, también, a salvar el suelo físico sobre el que caminamos, ya que él fue el verdadero modelo sobre el cual y por medio del cual fue creado el mundo físico.