Hoy día, la pregunta normal en los círculos espirituales no es “¿cuál es tu iglesia o tu religión?”, sino “¿cuál es tu práctica?”
¿Cuál es tu práctica? ¿Cuál es tu particular práctica de oración explícita? ¿Es cristiana? ¿Budista? ¿Islámica? ¿Secular? ¿Haces meditación? ¿Haces oración Centrante? ¿Practicas Mindfulness? ¿Durante cuánto tiempo haces esto cada día?
Estas preguntas son buenas, y las prácticas de oración a las que se refieren son buenas también; pero estoy en desacuerdo con una cosa. La tendencia aquí es identificar la esencia del discipulado y la observancia religiosa de uno con una sola práctica de oración explícita, y eso puede ser reduccionista y simplista. El discipulado versa sobre más de una sola práctica de oración.
Un amigo mío cuenta esta historia. Estuvo en una reunión de espiritualidad en la que la cuestión que más se preguntó a todos fue esta: ¿cuál es tu práctica? Una mujer respondió: “Mi práctica es criar a mis hijos”. Tal vez lo dijera en broma, pero su agudeza contiene una visión que puede servir como importante correctivo a la tendencia a identificar la esencia del discipulado de uno con una sola práctica de oración explícita.
Los monjes tienen secretos dignos de ser conocidos. Uno de estos es la verdad de que, para que cualquier única práctica de oración sea transformativa, debe estar encajada en un conjunto más amplio de prácticas, una “rutina monástica” mucho más considerable, que comprometa a uno a mucho más que a una sola práctica de oración. Para un monje, cada práctica de oración está encajada en una rutina monástica; y esa rutina, más bien que una sola práctica de oración, viene a ser la práctica del monje. Más aún, esa rutina monástica, para tener verdadero valor, debe estar fundamentada sobre la fidelidad a los votos de uno.
De aquí que la pregunta “¿cuál es tu práctica?” sea buena si se refiere a más de una sola práctica de oración explícita. También debe preguntar si estás cumpliendo los mandamientos. ¿Eres fiel a tus votos y compromisos? ¿Estás criando bien a tus hijos? ¿Eres parte integrante de la comunidad cristiana? ¿Estás en salida a los pobres? Y -sí- ¿tienes alguna práctica de oración habitual, explícita y regular?
¿Cuál es mi propia práctica?
Yo me inclino manifiestamente por la regularidad y el ritual, en una “rutina monástica”. Aquí está mi rutina normal: Cada mañana, rezo el Oficio de Laudes (normalmente, en comunidad). Después, antes de ir a mi oficina, leo un libro espiritual al menos durante 20 minutos. A mediodía, participo en la Eucaristía y, alguna vez durante el día, me doy un largo paseo y rezo durante una hora (por lo general, usando el rosario como mantra y orando por muchos nominalmente). Los días en que no me doy el paseo, me siento en meditación o en oración centrante durante unos quince minutos. Cada tarde, rezo Vísperas (de nuevo, normalmente en comunidad). Una vez a la semana, empleo la tarde escribiendo una columna sobre algún aspecto de espiritualidad. Una vez al mes, recibo el Sacramento de la Reconciliación, siempre con el mismo confesor; y, cuando es posible, trato de conseguir una semana cada año para hacer Ejercicios Espirituales. Mi práctica sobrevive en la rutina, el ritmo y el ritual. Estos me guardan y mantienen en mi discipulado y mis votos. Me guardan más que yo los guardo. Sin importar lo ocupado que me encuentre, sin importar lo distraído que esté y sin importar si siento ganas de orar o no en un día determinado, estos rituales me inducen a la oración y la fidelidad.
Ser discípulo es situarte bajo una disciplina. Así, la mayor parte de mi práctica es mi ministerio y la habitual disciplina que esto me reclama. Revelación total: el ministerio es con frecuencia más estimulante que la oración, pero también reclama más de ti; y, si está hecho con fidelidad, puede ser poderosamente transformativo en términos de conducirte a la madurez y al altruismo.
Carlo Carretto, el renombrado escritor espiritual, pasó buena parte de su vida adulta en el desierto de Sahara, viviendo en soledad como un monje, ocupando muchas horas en oración formal. Pero, después de años de soledad y oración en el desierto, fue a visitar a su anciana madre, que había dedicado muchos años de su vida a criar hijos, reservando poco tiempo para la oración formal. Visitándola, advirtió algo, a saber: ¡su madre era más contemplativa de lo que era él! Para su crédito, Carretto aprendió la lección correcta: no había nada malo en lo que él había estado haciendo en la soledad del desierto durante todos esos años, pero había algo muy bueno en lo que su madre había estado haciendo en el ajetreado bullicio de criar hijos durante tantos años. Su vida fue su propio monasterio. Su práctica fue “criar hijos”.
Siempre me ha gustado esta frase de Robert Lax: La tarea en la vida no es tanto encontrar una senda en el bosque como encontrar un ritmo con el que caminar. Tal vez tu ritmo sea “monástico”, tal vez “doméstico”. Una práctica de oración explícita resulta muy importante como práctica religiosa, pero así son también nuestros deberes de estado.