Cuando nuestro mundo está desmoronándose

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Los primeros años de mi edad adulta y sacerdocio los pasé enseñando teología en el Newman Theological College en Edmonton, Canadá. Era joven, lleno de energía, me gustaba la enseñanza y estaba descubriendo las alegrías del ministerio. Por lo general, estos fueron buenos años.

Sin embargo, no siempre fueron fáciles. La impaciencia y el caos interno nos afectan a todos. Las demandas de ministerio, las tensiones dentro de la comunidad, las obsesiones a las que siempre soy propenso, la no rara marcha de apreciados amigos de la comunidad y el constante movimiento de personas a lo largo de mi vida me dejaban ocasionalmente en un caos emocional, suspirando por oxígeno, luchando por dormir, preguntándome cómo iba a aplacar mi alma de nuevo.

Pero tuve una pequeña fórmula para ayudar a manejar esto. Siempre que el caos se ponía feo, me metía en mi coche y me dirigía durante cuatro horas a la casa de campo de nuestra familia, al otro lado de la frontera, en Saskatchewan. Mi familia aún vivía en la casa donde yo me había criado, y podía comer en la misma mesa donde había comido de niño, dormir en la misma cama donde había dormido en mi infancia y caminar por el mismo terreno por donde había caminado mientras crecía. Normalmente no le llevaba mucho tiempo a la casa hacer su trabajo. Yo sólo necesitaría una comida o una estancia nocturna, y el caos y la angustia se calmarían; empezaría a sentirme seguro de nuevo.

Regresar a casa no curaba la angustia, pero daba al corazón el cuidado que necesitaba. De alguna manera el hogar siempre daba resultado.

Hoy, la misma clase de emocional caos y angustia puede aún inquietarme en ocasiones y dejarme inseguro de mi identidad, de las opciones que he hecho en mi vida y de quién y qué fiarme. Con todo, ya no puedo regresar al hogar de mi infancia, y necesito encontrar de nuevas maneras la seguridad que una vez me dio la ida a casa. No siempre es evidente dónde encontrar esto, aun en medio de una comunidad, una familia todavía solidaria, afectuosos amigos y un maravilloso empleo. El hogar puede ser evasivo en una noche sin descanso. Lo que uno necesita para estabilizar el corazón no siempre es de fácil acceso. Una vez que has abandonado el hogar, a veces es duro encontrar de nuevo tu camino de regreso.

Así pues, ¿qué hago ahora cuando necesito ir a casa y reencontrarme con mis raíces para serenarme? A veces, un amigo de confianza es la respuesta; a veces, es una llamada a un miembro de la familia; a veces, es una familia que ha venido a ser una verdadera familia para mí; a veces, es un lugar en oración o en la naturaleza; a veces, es sumergirme en el trabajo; y a veces, no puedo encontrarlo de ninguna manera, y tengo que vivir con el caos hasta que, como una mala tormenta, desaparece.

A lo largo de los años, he descubierto que un libro especial me puede llevar a casa de la misma manera que una vez lo hice yendo en coche a ella. Diferentes personas encuentran hogar en diferentes lugares. Uno de los libros que me hace esto, casi siempre, es Historia de un alma, de Teresa de Lisieux. No en vano, es la historia de un viaje de regreso, la historia del propio esfuerzo de Teresa por recobrar lo que su casa, hogar y familia le dieron una vez. Pero el viaje de regreso en sí mismo no es lo que da a este libro (que recomiendo altamente para cualquiera cuyo corazón esté sufriendo de modo que perturbe el alma) un poder tan especial. Muchas autobiografías inquietan más que serenan. Esta logra calmar tu alma.

Sin embargo, el mero recuerdo no necesariamente presta atención al corazón, y a veces nuestros recuerdos del hogar y la niñez cargan más patología y dolor que estabilidad y sanación. No cualquier hogar fue seguro y formativo. Trágicamente, el hogar inicial de uno puede ser también el lugar donde nuestra confianza y estabilidad se rompan irrevocablemente, como frecuentemente es el caso de abuso sexual y otras formas de abuso. Yo fui afortunado. Mi primer hogar me dio confianza y fe. Para los que no fueron tan afortunados, la tarea es encontrar un hogar, un lugar o una persona que anime a un alma herida.

¿Qué contribuye a que un hogar dé ánimo a un alma?

El hogar está donde tú estás seguro. Está también en el lugar donde experimentas seguridad y confianza, y donde esa estabilidad te hace posible creer en las cosas de la fe. Yo solía conducir cuatro horas por una comida o un sueño nocturno con el fin de encontrar eso. Hoy, necesito hacer ese viaje de regreso de otra manera.

Se trata de un viaje que todos nosotros necesitamos en tiempos de caos y profunda inquietud en nuestras vidas, a saber, encontrar un lugar, un espacio, un amigo, una familia, una casa, una mesa, una cama, un libro o algo que nos establezca de nuevo en seguridad, confianza, estabilidad y fe.

Por supuesto, hay dolores de cabeza y angustias para los que no hay curación; pero el alma no necesita curarse, sólo ser cuidada debidamente. Nuestra tarea es ir a casa, encontrar a esas personas, lugares, oraciones y libros que den ánimo a nuestras almas en esos momentos en los que nuestro mundo está desmoronándose.