Reflexión
Es una incógnita real por qué se conjugaron una cadena de despropósitos que confluyeron en la condena de un inocente: Jesús. Desde el punto de vista racional es desconcertante; desde el punto de vista creyente es imprescindible. Solo después de culminar la condena «sabréis que “Yo soy”», dice Jesús en el evangelio de hoy. Estamos en días muy próximos a la pasión y muerte del Señor. Estamos en las jornadas en las cuales, también nosotros, nos vamos situando en ese escenario en el cual pasa toda nuestra existencia buscando respuestas y razones. Nada como el proceso de Jesús para confrontarnos con nuestras verdades y nuestras medias verdades. Para entender el sentido de las palabras y los silencios desde los cuales construimos y ofrecemos nuestro seguimiento y testimonio de vida. Ningún escenario como ponernos libremente en el proceso de Jesús y reconocer que también nuestro silencio cobarde ha contribuido a hacer necesario el desconcierto de la cruz. Necesitamos asumir vivencialmente la paradoja de reconocer en la cruz el signo capaz de devolvernos el auténtico sueño de fraternidad, porque hoy, como ayer, es el lugar en el que muchos inocentes nos interrogan preguntándonos qué verdad hay en nuestra vida.
Oración
En tu cruz, Señor, sólo hay dos palos,
el que apunta como una flecha al cielo
y el que acuesta tus brazos.
No hay cruz sin ellos y no hay vuelo.
Sin ellos no hay abrazo.
Abrazar y volar. Ansias del hombre en celo.
Abrazar esta tierra y llevármela dentro.
Enséñame a ser tu abrazo.
Y tu pecho. A ser regazo tuyo
y camino hacia Ti de regreso.
Pero no camino mío,
sino con muchos dentro.
Dime cómo se ama
hasta el extremo.
Y convierte en ave la cruz que ya llevo.
¡O que me lleva!
porque ya estoy en vuelo.
(Ignacio Iglesias, sj)