Reflexión
«¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré». Pocas expresiones tan fuertes como esta que encontramos en el profeta Isaías para describirnos la fidelidad de Dios. La dificultad del ser humano para mantenerse esperanzado es evidente. Las circunstancias de la vida nos conducen hacia situaciones en las que podemos sentir cómo la seguridad en Alguien que se cuide de nosotros desaparece. Esta falta de confianza está en la base de la debilidad de la fraternidad. Al perder la confianza en quien sostiene la Alianza, ésta se rompe en la vinculación con los hermanos y hermanas que la expresan. Las rupturas fraternas, las disensiones y los conflictos encuentran su reparación justamente recordando y recobrando la confianza en quien convoca. Los capítulos de culpas y reproches por lo que no hemos sabido o querido ofrecernos conducen a hacer más hondas las zanjas de la fraternidad. Saber que quien nos ha convocado a ella jamás cesará en su llamada y posibilidad para construirla, es la mayor garantía de nuestra capacidad para vivir al servicio del encuentro, la acogida y la reconciliación.
Oración
Señor, mi Dios, quiero ser como un niño.
A veces no sé bien lo que eso significa,
pero me pongo en tus manos,
me abandono.
Consuélame en mis heridas,
anímame en mis cansancios,
envíame a los heridos y cansados
para que yo sea tu ungüento y tu fuerza
en medio del mundo necesitado.
(Francisco J. Jiménez Buendía, sj)