Reflexión
El profeta Jeremías nos deja en la primera lectura de la celebración de hoy la «viga» sobre la que se asienta la fraternidad. «Yo, como manso cordero» dice el profeta refiriéndose a Jesús. La transformación de nuestro mundo no sobrevendrá gracias a las ideas mejor argumentadas o a los sistemas mejor justificados. El diálogo de la fe con la cultura no acontece en un espacio plano donde se confrontan verdades. La fraternidad es la ofrenda de la alternativa, la novedad, lo no previsto. Aquello que carece de justificación desde la razón o razones que mueven los intereses de la humanidad. La fraternidad la desencadena el amor y éste es un valor intrínsecamente unido a Dios, a su forma de cuidar y sustentar la vida y la humanidad. Por eso el testimonio creyente de nuestro tiempo no consistirá en dulcificar expresiones graves del
evangelio, sino en hacer sensible y vital que mostrarse manso, buscar el encuentro, acogida y valoración de los diversos, es nuestra opción. Y es la que mejor anuncia
el Reino.
Oración
Te pedimos la paz que nos es tan necesaria
como el agua y el fuego, la tierra y el aire.
La paz que es perdón que nos libera
de la rabia y la ira, de la envidia y la sangre.
La paz que es amnistía de presos y exiliados
que desean un hogar más digno y estable.
La paz que es libertad, la vida siempre abierta
en la casa y en la fábrica, en la plaza y la calle.
La paz que es el pan amasado cada día
que se rompe en la mesa con júbilo y con hambre.
La paz que es la flor de tu reino que esperamos
y que hacemos más bello y cercano cada tarde.
Te pedimos la paz y a nosotros nos pedimos
porque somos hermanos y Tú eres nuestro Padre.
(Víctor Manuel Arbeloa)