Reflexión
El evangelio de san Lucas nos manifiesta la identidad del discípulo. Es aquel que tiene necesidad de perdón: «ten compasión de este pecador…». No hay otra. No hay más. Debería ser más que suficiente esa conciencia para purificar nuestras palabras, gestos y cultos. Para encontrarnos de una manera definitiva con la verdad. Sin embargo, es demasiado frecuente nuestro pecado de soberbia; la capacidad para «contar y sumar» cuánto hacemos por Dios. La fuerza evangelizadora de nuestras comunidades y de quienes en ellas estamos queda disminuida porque magnificamos sobre manera todos nuestros «trabajos al servicio de la fe». Ahí radica nuestra incapacidad para aceptar críticas o para reconocer que en nosotros no todo es bueno, ni santo, ni purificado. Ahí se sitúa nuestro disimulo ante el pecado y en llamar a las cosas por su nombre. Hoy descubrimos que Jesús no se escandaliza de nuestra identidad y especialmente no lo hace cuando con humildad reconocemos que todo lo bueno que sale de nuestra vida es solo y exclusivamente consecuencia de su gracia y no de nuestro poder.
Oración
Cántame las verdades de mi vida.
Oídas de tus labios
no sonarán a cálido reproche,
sino a amor que me acepta desgarrado.
Cántame las verdades.
Acostumbro diariamente a caer en el engaño
de condolerme de mis propios lutos
y, sin criterio, disculpar mis fallos.
Miro tanto las faltas de los otros…
Tantas recetas doy que yo no hago…
Dime cómo me ves, Tú que me abarcas
con tus ojos eternos de milagro.
No perderé los ánimos. Tú sabes
corregir con amor. Lleva tu mano
a las secretas llagas. Vamos, cántame
las verdades que sanen mis pecados.
(Luis Carlos Flores Mateos, sj)