La propuesta de fraternidad de Dios supera cualquier previsión. «Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido», nos dice en la primera lectura de hoy. Será la voluntad de Dios la que establezca los límites de la fraternidad. Tanto como decir que no tendrá límites porque seremos buscados, todos, allí donde estemos. Esa visión universal de nuestro Dios, esa llamada constante más allá de los límites y perezas de nuestras culturas nos ayuda a entender cómo es el corazón de un Dios-Padre que convoca a la humanidad al encuentro y la reconciliación. Las grandes heridas de la fraternidad se sitúan en nuestras divisiones y rupturas; en nuestras fronteras y repartos calculados de miserias. Aquellos y aquellas que comprometan su vida con la fraternidad reciben la capacidad para relacionarse con la creación dejándose reconstruir para la reconciliación; reconocen que el amor de Dios supera todo cálculo y disfrutan cuando los bienes llegan a aquellos que frecuentemente han sido separados de ellos. Y esta visión de justicia del Reino, la empiezan a vivir con sus próximos y en las decisiones de su vida privada.
Oración
¿Que no soy mística
porque canto en el suburbio?
Y canto en el suburbio
porque en él veo a Cristo.
No soy mística
porque siempre me río
y siempre me río…
¿qué me importa lo mío?
Yo no puedo pararme en la flor,
me paro en los hombres
que lloran al sol.
Nadie sabe lo lírico que es,
un mendigo que pide de pie.
Nadie sabe sentir al Señor,
cantando la aguja, la mina, la hoz.
Yo me hundo en lo espiritual
haciendo un poema en el arrabal.
En lo oscuro me alumbre la vid
que lo místico mío es reír.
(Gloria Fuertes)