Reflexión
La confianza en Dios te lleva a entender que, efectivamente, sondea las entrañas y el corazón. La experiencia de fe se sitúa en la profundidad del ser humano. Por eso, la construcción de la fraternidad, nos exige y posibilita reconocer el valor de cada persona. En la profundidad de su vida está el mismo Dios posibilitando la realización y el encuentro de los valores más sublimes y verdaderos. No se trata, evidentemente, de un «buenismo» que nos separe de la verdad evangélica de buscar el bien, sino del reconocimiento de cada persona como hijo de Dios y su búsqueda honesta de la verdad. La comunidad respira en los valores de la sinodalidad cuando para encontrar el itinerario a seguir se fortalece el diálogo, la escucha y el discernimiento. La comunidad languidece cuando pretendemos el pensamiento único, el silencio como adhesión y la fraternidad como sometimiento. Siempre es un riesgo, pero nuestra propuesta de fraternidad al mundo debe ser el signo débil de quienes se saben
necesitados constantemente de perdón y ayuda, más que de satisfechos que al ofrecer el bien están diciendo a los demás lo alejados que están del Reino.
Oración
Si puedo hacer,
hoy, alguna cosa,
si puedo realizar
algún servicio,
si puedo decir algo
bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar
un fallo humano,
si puedo dar fuerzas
a mi prójimo,
si puedo alegrarlo
con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar
a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.
(Grevnille Kleiser)