CURRANTES PARROQUIALES

10 de noviembre de 2004

Estamos en un mes en que nos comen los interrogantes. Hay que volver a empezar y hay que volver a sentar las bases pastorales para el nuevo curso. Las parroquias más aventajadas se reunieron con sus Consejos de Pastoral antes de concluir el curso pasado, pero otras andan, como sucede tantas veces en la vida, a la carrera, pensando en objetivos, en prioridades, en acciones, en novedades… ¿Qué hacemos? ¿Qué planteamos para el trabajo con los jóvenes? ¿Cómo renovamos a los catequistas? ¿Sería posible acercarnos a los alejados? ¿Estaremos acertando con la pastoral de los bautismos? ¿Los novios se acercan más al evangelio después de pasar por nuestros cursillos? ¿Resulta significativa la vida de la comunidad parroquial para nuestro barrio a nuestro pueblo? ¿En qué podría cambiar? ¿Cómo aumentar nuestra coherencia, nuestro amor y nuestra unidad interna, para que nos crean? \"\"Octubre es el mes de la preguntas. Comienzan a caer hojas de los árboles, las primera lluvias y los vientos otoñales, y con todo ello comienza el deseo, en los cristianos que trabajan y se comprometen por el Reino, de conectarse, de volver a mirar al Señor y de reafirmarle su fidelidad y su entrega. A muchos cristianos comprometidos en las tareas pastorales de la Iglesia les llega la hora, después de unas merecidas vacaciones, de ponerse en marcha y de poner en marcha la vida de sus comunidades parroquiales. Y eso siempre es costoso. Casi todos los años nos cuesta mucho arrancar de nuevo. Los catequistas, los voluntarios de Cáritas, los equipos de liturgia, los grupos comunitarios, los que colaboran en los grupos comunitarios, los que colaboran en los grupos misioneros, los que se dedican a mil y una pequeñas cosas en el mundo pastoral, todos han de reanudar la tarea, comprometer sus vidas de un modo concreto, con la dedicación de su tiempo, de sus bienes, de sus vidas… y eso supone un esfuerzo humano y una gracia. Ambos necesarios. Los creyentes que viven su inserción y su compromiso, desde hace años, en el mundo parroquial, saben que su entrega sólo puede ser fruto de la fe y el amor que impulsa el Espíritu de Cristo. De no existir estos presupuesto sería inútil esta tarea ardua en la época que nos ha tocado vivir. Conozco muchos cristianos y cristianas anónimos y heroicos, de esos que calladamente mantienen vivo el Espíritu del Señor en medio de esta sociedad sin entrañas de misericordia. Quizá, como las hojas del otoño, los cristianos currantes del complejo mundo parroquial han de dejarse llevar y arrastrar, con disponibilidad y dulzura, para así servir y amar mejor. ¡Bendito sea Dios que nos ha elegido para el servicio a su pueblo!