Señor y Padre nuestro,
enséñanos a mirarlo todo con ojos cristianos;
a contemplar las cosas,
las personas, los acontecimientos,
como Cristo los ve,
a leerlo e interpretarlo todo
a la luz de tu Espíritu.
Danos una mirada tan penetrante
que sepa intuir en la semilla que muere
la planta que germina;
en la flor que se abre,
el fruto maduro y en sazón.
Permítenos descubrir, Señor,
en nuestras cruces
una astilla de la cruz de tu Hijo,
y en el dolor de la muerte
un anticipo del misterio glorioso de tu Pascua.
Que todo cuanto existe, Señor:
el pan y el hambre,
el agua y la sed,
la luz y la tiniebla,
la compañía y la soledad,
el gozo de la vida y la agonía de la muerte,
se conviertan para nosotros
en signos del gran mensaje,
del Evangelio vivo,
del Verbo hecho carne que habita entre nosotros
y que nos habla permanentemente
a través de la historia.
Que no nos quedemos en la corteza, Señor,
sino que acertemos a vivir desde la Raíz,
que eres tú mismo,
Padre de todo cuanto existe,
nuestro Abba de los cielos. Amén