Vivir la espiritualidad de la vida cotidiana es, al mismo tiempo, dejarse evangelizar y seguir las huellas y el estilo de Jesús evangelizador. Saber a qué sabe el Espíritu, requiere al menos este decálogo de actitudes:
- Saber aprender. Quiere decir: vivir con los ojos bien abiertos, vivir despiertos a la realidad, con sus pasiones y sus milagros. De esta suerte se va aprendiendo a ser discípulo de la vida y del Mesías y Maestro.
- Saber callar. Quiere decir: hacer silencio, crear interioridad contemplativa. Jesús no tuvo prisa de salir a los caminos para anunciar su mensaje. Guardó silencio durante treinta años. Luego hizo suya la experiencia del desierto. Esperó su hora. Maduró su palabra en el silencio.
- Saber escuchar. Ello implica tener oídos de discípulo cada mañana; acoger las necesidades del pueblo, sus gritos y sufrimientos; oír su clamor que llega hasta el cielo. Y a través del pueblo estar pendientes de los labios de Jesús, como María de Betania y María de Nazaret.
- Saber convivir. Quiere decir: saborear la cercanía y la empatia. La evangelización acontece desde dentro. Compartiendo la misma vida, las mismas seducciones del plan del mundo, se tienen las condiciones para anunciar el plan de Dios.
- Saber anunciar. Proclamar las buenas noticias de la salvación que ya está presente y ya transforma la vida hacia el futuro más pleno. Y buena noticia es que nuestros más profundos sueños coinciden con los sueños de Dios para nosotros.
- Saber confiar. Saborear la actitud del sembrador que esparce la semilla y del pescador que echa la red. A veces todo parece inútil. Pero la semilla crece por sí misma, sin saber cómo.
- Saber esperar. Esta dinámica se simboliza en «las lámparas encendidas», es decir, vigilancia y fidelidad, y se expresa en la capacidad de no acelerar la separación entre la cizaña y el trigo.
- Saber seguir. Esta es la respuesta a la llamada apremiante de Jesús a venderlo todo: los ídolos, las seguridades, los miedos, compartiendo su causa y su destino.
- Saber andar. En nombre de la comunidad se trata de ir hacia los alejados sin aguardar a que vengan ellos. La palabra de Jesús sigue siendo la misma: id y enseñad.
- Saber resistir. El evangelio encuentra oposición en el mundo del pecado. El corazón no se deja iluminar y trasformar a la primera. Encuentra obstáculos y barreras, adversidades y rechazos. Es preciso saber persistir en la tarea de la gracia.