1. Amar: Para los cristianos, el primer mandamiento es el amor: también amar la vida que se nos ha dado por amor y en el amor. Amarla cada día con pasión; amar la propia vida y la vida del hermano; la vida de los débiles y de los pobres; la vida naciente y la vida ya gastada. Como el precepto bíblico, encierra en sí todo el decálogo. Todos los demás preceptos, normas y orientaciones, como diría San Pablo, no son más que expresión de este «amarás la vida con pasión».
2. Admirar: El amor, antes que a cumplir, nos invita a admirar; a dejarnos envolver y sorprender por la vida, a contemplarla en su misterio y a sentir las ganas y el gozo de vivir; y a gritar muy fuerte, pero muy dentro del corazón: ¡vivir, qué maravilla y qué enigma!
3. Agradecer: El amor desencadena el agradecimiento. ¿Cómo no va a ser un deber moral el agradecer? Agradecer el gran regalo recibido, el don insustituible e irrepetible. Porque nadie verá jamás el mundo con mis ojos, ni acariciará con mis manos, ni rezará con mis labios, ni amará con mi corazón.
4. Respetar: El amor implica respeto, un respeto sagrado. Es contemplar también la vida del otro, aceptarla, querer que esa vida crezca y se desarrolle como vida humana. Y es, además, responsabilidad ante la vida propia y la de los demás, ante la creación y la madre Tierra.
5. Proteger: Porque la vida humana está rodeada de peligros. Violencia, destrucción y muerte la amenazan. Proteger y defender especialmente la vida de los débiles y de los más pobres.
6. Cuidar de todo y de todos, desarrollar todas las posibilidades, conducirlas a su auténtica calidad humana; cuidar la salud y la vida; y luchar contra todo lo que la disminuye, estorba o debilita.
7. Curar las heridas, la enfermedad y el sufrimiento, y ser capaces de acompañar a los heridos, a cuantos sufren, malviven y malmueren.
8. Entregar: Dar la vida, partirla, compartirla y repartirla cada día entre los hermanos, como la entregó y la entrega Jesús. Es el signo del más grande amor, de la solidaridad sin límites.
9. Educar en el valor de la vida: transmitir no sólo su valor, sino proponer también el evangelio de la vida, construir junto con todos los hombres de buena voluntad la verdadera cultura de la vida.
10. Celebrar: La vida es siempre culto. Es en sí misma, manifestación de alabanza, porque cada vida humana es un prodigio de amor. Celebrar la vida es, en definitiva, celebrar al Dios de la vida; y el servicio a la vida es el verdadero culto espiritual agradable a Dios.