Mis queridos amigos:
Sé que es mucho lo que habéis sufrido en este último tiempo y cómo os ha afectado la incomprensión de quien más esperabais que os comprendiera. Estáis dispuestos a dejar el compromiso apostólico que con espíritu de servicio acogisteis un día. Estáis dispuestos a emprender otras rutas en vuestra solidaridad. Pero antes de tomar una decisión firme en este sentido, me pedís mi parecer. Permitirme que os hable con toda franqueza.
Sois una pareja llena de ilusión en la sencillez y retadora desde esa misma sencillez. Muchas parejas en vuestro servicio se sienten identificadas con vosotros, precisamente porque sois sencillos y retadores. Si decidís retiraros, esas parejas ya no tendrán una fácil identificación con parejas de otro estilo, quizá más elevado. Esto me parece que corresponde a vuestra experiencia.
Por amor a esas parejas os pido que permanezcáis en vuestro puesto, superando este momento de desilusión y haciendo un esfuerzo por ser transparentes con quienes creéis que no os quieren y no os valoran tanto como merecéis. Sólo os pido que tratéis de poner generosidad y gratuidad en vuestra entrega a esas parejas. Sé que os pido mucho: tragaros un sable una vez más. Pero creo que las parejas sencillas también os lo piden por medio de mi petición.
Los diferentes servicios que habéis prestado los habéis realizado con competencia e ilusión. Habéis puesto disponibilidad a flor de piel. Yo soy testigo de ello. Si os ha afectado algún relevo, no ha sido por intereses personales, sino porque no lo veíais favorable para la comunidad en esos momentos. De todas formas, esto no ha impedido que tomárais el nuevo servicio que os propusieron al dejar el anterior con ilusión y disponibilidad.
Ahora lo que os pido es que no os dejéis llevar por la reacción espontánea, que se os suscita por el hecho de creeros juzgados en la malquerencia y en la infravaloración. Vosotros habéis procedido con rectitud y eso es lo que cuenta ante Dios, ante vosotros mismos y ante mí. Las críticas que pudieran haceros los demás, si es que os las hacen, cuentan bastante poco a la hora de sopesar con autenticidad y realismo vuestra intención, aunque os hagan sufrir. Manteneros en este servicio, a pesar de todo, me parece que es un gesto de madurez, que puede ser un desmentido para quienes juzguen equivocadamente que teníais intereses personales en el otro servicio y que esos intereses os llevan a vivir con pataletas continuas o a pedir ahora un cese.
Por otra parte, hay mucha gente en la comunidad para la que sois punto de referencia y sostén de su ilusión, como lo era una pareja muy conocida vuestra. A vosotros os ha apenado que ellos dejaran un servicio similar al vuestro, porque los veíais como una pareja retadora y comunicativa de ilusión en su relación y en su servicio a la comunidad. Os dolió que la comunidad los perdiera. Lo mismo me duele a mí que la comunidad os pueda perder ahora a vosotros. Y no sólo a mí. Haced un recorrido por la comunidad y contad el dolor y la pena. ¡Cuánta gente podrá decir que, si vosotros os retiráis, siendo como sois, ellos con mucha más razón pueden retirarse, siendo como son!
Por último, yo he recibido vuestro apoyo, vuestra cercanía y vuestra ternura permanente y constante. Nuestra relación no depende hoy por hoy de que estéis comprometidos, sirviendo de esa manera, ni siquiera de que estéis en la comunidad. Nuestra relación pienso que es fuerte como la muerte. Y por ello os doy las gracias, ya que es un regalo para mí que significa un derroche de gratuidad por vuestra parte. Pero no podéis olvidar que esta relación comenzó, porque un día participamos en común de este servicio, que ahora estáis tentados de abandonar.
Vosotros me enseñásteis a ser cura en este servicio. Y pienso que otro tanto podéis hacer a otros curas que Dios ponga en vuestro camino con vuestra permanencia en el servicio. A otros podréis hacer tanto bien como me habéis hecho a mí. Pensando en ello me siento lleno de ternura hacia ellos y de temor y tristeza ante la posibilidad de que con vuestra decisión les podáis cerrar la puerta a tanto bien. Por eso, desde mi vida agraciada por la vuestra, os suplico que os lo penséis y que deis rienda suelta a esa generosidad de corazón que tanto os caracteriza, pasando por encima del dolor que os causa el juzgaros no queridos y valorados por otras personas.
De todos modos, sabed que estoy con vosotros en todos los momentos y que os quiero acompañar cualquiera que sea vuestra decisión al respecto. Mi unidad con vosotros es para siempre y sin posible retorno. Quiero estar con las manos puestas en el mismo arado con el que vosotros roturáis vuestra tierra. Quiero ser compañero de ruta en vuestro caminar y quiero que vosotros lo seáis en el mío. Os quiero en los momentos fáciles y en los difíciles, en las decisiones que me parecen certeras y en las que juzgo desacertadas. Y estoy dispuesto a jugármela por vosotros. Y a daros las gracias por permitírmelo.
Os quiero
San Juan, apóstol y evangelista
Jn 20,2-8. El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.