Desde que José, según la orden del ángel, tomó consigo a María su esposa, su vida está marcada por una profunda comunión esponsal. Juntos afrontan las molestias ocasionadas por el censo decretado por César Augusto. Juntos en el gozo y en la pobreza viven el acontecimiento salvífico del nacimiento de Jesús. Juntos aparecen en el cumplimiento de la señal dada por los pastores. Juntos observan los ritos prescritos por la Ley del Señor: la circuncisión del niño y la imposición del nombre, la presentación del primogénito en el templo y la purificación de su madre. Juntos afrontan la dura prueba de la persecución de Herodes y de la huída a Egipto. Vueltos a Nazaret, juntos «se dirigían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua». Con los mismos sentimientos de dolor vivieron la pérdida de Jesús. Juntos lo buscaron y juntos quedaron llenos de admiración al oír de Jesús aquellas palabras. pero, ¿no sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Juntos vivieron en Nazaret una vida humilde, escondida y de trabajo, de suerte que Jesús pudo ser conocido como el \»hijo del carpintero\».Entre María y José hubo una verdadera comunión, permaneciendo María siempre virgen. Cuánto más unidos están los corazones menos necesitan los signos sensibles que acompañan la unión. Por eso los que están unidos en matrimonio siempre tendrán en María y en José una referencia luminosa. Qué comunión de amor y de vida. María y José anticiparon en la tierra la gloria del paraíso en donde los hombres no se casarán ni tomarán mujer sino que serán como los ángeles de Dios, profundamente unidos a El y estrechamente vinculados entre sí. Que no separemos en la tierra lo que Dios ha unido. O que volvamos a unir lo que hemos separado. Y que en esta tarea nos ayude la presencia delicada y poderosa de nuestra Señora, la Virgen María, desposada con un hombre llamado José.
Jueves de la XXX Semana del Tiempo Ordinario
Lucas 13,31-35: No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén