Lo que dejamos de celebrar pronto dejamos de amar. Este año, 2016, registra el 200º aniversario de la fundación de la congregación religiosa a la que yo pertenezco, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Nosotros tenemos una historia magnífica -200 años ahora- de ministerio dedicado a los pobres por todo el mundo. Esto merece celebrarse.
Como escritor, normalmente no destaco el hecho de que soy religioso profeso, como tampoco destaco por lo general que soy sacerdote católico romano, porque me temo que etiquetas tales como “sacerdote católico”, “padre” u “oblato de María Inmaculada” añadido al nombre de un autor sirven más para limitar su lectura que para incrementarla. Jesús, también, fue bastante opuesto a etiquetas religiosas. Mayormente, evito escribir bajo una específica etiqueta religiosa, porque prefiero hablar a través del prisma más amplio de mi humanidad y mi bautismo que a través del prisma más específico del compromiso de mi sacerdocio y votos religiosos. Es una elección que he hecho respetando la elección de otros.
Dicho eso, quiero romper mis propias reglas aquí y hablar más específicamente a través del prisma de mi identidad como religioso con votos. Así que escribo esta columna particular como padre Ronald Rolheiser OMI, orgulloso de ser miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.
Dejadme empezar con un poco de historia: Nuestra Congregación fue fundada en el sur de Francia en 1816 por Eugene de Mazenod, declarado santo por la iglesia en 1995. Eugene era un sacerdote diocesano que inmediatamente después de empezar el ministerio vio que el Evangelio no estaba siendo acercado a muchos de los pobres, y así empezó a enfocar mucho su propio ministerio hacia la atención a éstos. Hace falta todo un pueblo para educar a un niño; y my pronto se dio cuenta de que hace falta más de una persona para llevar a cabo un cambio efectivo. Se necesita una comunidad para hacer efectiva la compasión: Lo que soñamos solos se queda en un sueño, lo que soñamos con otros puede convertirse en realidad. Así que buscó por todas partes a otros hombres de su misma mentalidad, sacerdotes diocesanos como él, y los llamó a asociarse a esta misión, y al fin empezaron a vivir juntos y formaron una nueva congregación religiosa dedicada a servir a los pobres.
Eso fue hace 200 años, y los oblatos (como somos llamados comúnmente) hemos tenido desde entonces una historia, si no siempre confortable, sí llena de orgullo. Hoy estamos ejerciendo el ministerio en 68 países, en todos los continentes de la tierra, y nuestra misión aún es la misma. Servimos a los pobres. Esta es la razón por la que nos encontraréis ejerciendo el ministerio principalmente en las periferias, a donde la sociedad en general prefiere no mirar, en las fronteras con los emigrantes, en los territorios reservados a los indios nativos, en las áreas de inmigrantes de nuestras ciudades, en los lugares conflictivos del interior de una ciudad donde la policía es reacia a ir y en los países en desarrollo donde el acceso a la comida, salud y educación son aún artículos poco comunes. Nuestra misión no es ir a los privilegiados, aunque tratamos de atraerlos de acuerdo con las reglas de nuestra misión, y nuestros miembros mismos proceden frecuentemente de entre los pobres; nuestro mensaje dado a los jóvenes que se alistan en nuestras filas es: Si te juntas a nosotros, considera bien lo que en ello no es para ti.
Y somos misioneros, lo que significa que entendemos nuestra tarea de establecer comunidades e iglesias, ayudándoles a llegar a ser autosuficientes y luego seguir impulsando a repetir esto más y más. Eso puede ser una tarea noble, pero es también un motivo de pesar. El corazón no acepta fácilmente estar siempre edificando algo sólo para entregarlo a algún otro y marcharse. Nunca logras tener una casa permanente; pero hay una compensación, como misionero: Pasado cierto tiempo, todo lugar es tu hogar.
No somos una congregación numerosa, solamente unos 4000 miembros, esparcidos por 68 países, modestos en comparación con los Jesuitas, Franciscanos y Dominicos. Por cierto que, en una primitiva versión del famoso diccionario francés Larousse, fuimos descritos como “una especie de mini-jesuitas que se encuentran mayormente en áreas rurales”. Nos halaga esta descripción. Nuestra vocación no consiste en estar en el centro de atracción sino estar en las periferias. No es por casualidad que fue allí, en las periferias, en un área rural, donde me encontré con los oblatos.
También tenemos el orgullo de ser fuertes, prácticos, sencillos y cercanos a aquellos que sirven, y nuestro vestido con frecuencia revela esto. Nuestras familias y amigos cercanos están siempre comprándonos ropa con el fin de mejorar la calidad de nuestro vestuario, no precisamente estelar. No es que cultivemos deliberadamente una imagen de ser algún tanto descuidados; es más el hecho de tender a atraer a nuestras filas a hombres que tienen otras prioridades.
¿Y nuestro fundador? No resultaba un hombre fácil, obsesionado como estaba -de igual manera que a veces están los santos- por un solo propósito que no tolera fácilmente la debilidad entre aquellos que lo rodean. A veces podía mostrar santo ardor. Yo estoy secretamente contento de no haberme encontrado nunca con él en persona, temiendo su juicio sobre mi propia debilidad; pero estoy maravillosamente contento de su carisma y de ese variopinto grupo de hombres, con frecuencia super-casualmente vestidos, que continúan su misión.