En cierta ocasión un joven novicio preguntó al Abad si había posibilidad de conocer a Jesucristo por dentro. El Abad se limitó a abrir la Biblia delante de él. -¿No es demasiado? -preguntó tímidamente el joven al ver un libro tan voluminoso. El Abad bajó los ojos e invitó al joven a leer en el libro precisamente lo que estaba señalando con el dedo. El novicio leyó el pasaje latino de Hebreos 10, 5: "Al entrar en el mundo dijo: ‘Ecce’ [Aquí estoy], Padre, para cumplir tu voluntad". -No, no -sonrió el Abad-; basta con la primera palabra: "Ecce". Recuérdala bien: es breve, se lee lo mismo hacia delante y hacia atrás, pero, sobre todo, es un pozo cuya hondura no se puede medir.