Si por medio de la fe María se ha convertido en la madre del hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica (RM, 20).
Dios Padre no llamó a María «a ejercer simplemente las sublimes funciones de madre de Jesús según la carne, sino a ser aquella mujer, que, en representación del pueblo de Israel y de toda la humanidad, acogiera el gran don de Dios, la misteriosa autocomunicación de Dios en Jesús al mundo; y para que, mediante esta acogida, creara en torno a Jesús un ambiente educativo, de maduración huma na, de profundas experiencias religiosas. Y así fue de hecho; María mantuvo una relación de acogida y de amor con aquel que el Padre consagró y envió al mundo. María estaba inserta en la tradición de fe y de esperanza del Pueblo y realizó su maternidad desde estos contenidos tradicionales. En ella, Israel aceptó amorosamente y con fe inquebrantable el don de Dios y esperó su manifestación. María realizó su maternidad con espíritu de fe; asistió con fe al acontecimiento inicial de la autocomunicación de Dios al hombre. María concibió a Cristo en un acto teologal de fe, por medio de su fe, como dice el famoso texto de san Agustín: \"María concibió en su espíritu antes que en su seno\". María fue llamada a transparentar a través de su maternidad física la acogida de los hombres de buena voluntad a aquel que sería llamado Hijo de Dios, cuyo reino no tendría fin, que recibirá el nombre de Emmanuel». Con las palabras «dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan», Jesús está dirigiendo una nueva llamada a su madre. Le está pidiendo dejarse sorprender por la novedad del mensaje del Reino, la está convocando a inaugurar una «nueva praxis», a ejercer nuevas funciones, que, sin estar en contradicción con las que ha ejercido hasta el momento, correspondan al proyecto histórico de Dios Padre que «hace nuevas todas las cosas». Maria escuchó esta llamada. No tuvo que renunciar a su vocación a la maternidad; pero sí tuvo que darle nuevas configuraciones. Es así como la comunidad del discípulo amado nos presenta a la «madre de Jesús» en su evangelio.
ORACIÓN:
Haznos, Señor, dóciles a tu palabra; no permitas que nuestra fe vacile ante las dificultades; que en todo lo que hacemos ella tenga la primacía; que sigamos a tu hijo, como María, la perfecta seguidora; concédenos el don del radicalismo evangélico por medio de tu Espíritu que nos consuela y alienta en todas nuestras luchas. Por Jesucristo, nuestro Señor.