Si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada preceden temente, ahora junto a la cruz es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca a todo hombre, es entregada al hombre —a cada uno y a todos— como madre (RM, 23).
El momento culminante de la verdad sobre Jesucristo, su misterio pascual, es también el momento culminante de la verdad sobre María. Sabemos que para el cuarto evangelista la cruz es el símbolo de la humillación-exaltación, de la muerte-vida, del fracaso-victoria. La cruz no es sólo muerte, también resurrección. No es sólo el momento en el que Jesús «entrega el Espíritu», sino también el momento en que la Iglesia «recibe el Espíritu». La cruz es el gran símbolo del acontecimiento pascual. Pues bien, ahí está María como testigo cualificado de todo ese acontecer. Ahí está Maria ejerciendo una función, que Jesús resalta desde la cruz: siendo la madre del discípulo amado. La pregunta de Caná: «¿Qué hay entre nosotros, mujer?» no había sido respondida por Jesús. Ahora Jesús responde dirigiéndose de nuevo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 25). La relación entre Jesús y su madre se encuentra mediatizada por la maternidad de María con relación al mejor discípulo de Jesús. Ya, de hecho, la madre de Jesús había mostrado en Caná una solicitud casi materna por los demás, se había dirigido a los servidores pidiéndoles atención y obediencia a las palabras de Jesús, había intervenido de alguna manera en el nacimiento de la fe de los discípulos. Por esto, en el misterio de Cristo le corresponde a María ejercer la función de madre; pero de madre no con relación a Jesús, sino con relación a todos los discípulos de Jesús: madre de su fe. «Es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles» (LG, 54; RM, 23). En la cruz, como ponen de relieve algunos exégetas, se da un traspaso de propiedad: la que al comienzo de la escena es denominada «madre de Jesús», al final de la escena se ha convertido en la «madre del discípulo amado»; éste la ha acogido como pertenencia suya, la ha incluido como elemento esencial dentro de su propio mundo espiritual.
ORACIÓN:
Padre de todos los hombres, que has querido manifestarnos tu solicitud paterna a través de la maternidad espiritual de María; haz que tu Iglesia acoja su mediación materna y que cada uno de los creyentes la reciba, como madre y ejemplo de vida, tal como lo hizo el discípulo amado de Jesús. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.