La misión de los apóstoles comienza en el momento de su salida del cenáculo de Jerusalén. La Iglesia nace y crece entonces por medio del testimonio que Pedro y los demás apóstoles dan de Cristo crucificado y resucitado. María no recibió directamente esta misión apostólica… Estaba, en cambio, en el cenáculo, donde los apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu. En medio de ellos, María perseveraba en la oración como madre de Jesús (RM, 26).
Entre María y la Iglesia existe un evidente paralelismo. María es una parte de la Iglesia, pero no es toda la Iglesia. María es, en la Iglesia, el paradigma de la fe que obedece a la palabra; pero Pedro, que hablaba en nombre de los Doce, es el paradigma de la fe proclamada. «Pedro y los demás apóstoles representan la acreditación de la Iglesia para conservar y proclamar autorizadamente la palabra. María representa la acogida dócil y personal de esta palabra. María es el signo del poder carismático de la fe, y Pedro de la autoridad institucional de la misión que guarda y transmite la palabra. En María, la Iglesia contempla su anima eclesiástica, su yo fiel; en Pedro, la promesa irrevocable de Jesús de confirmarnos en la fe. A María se dijo: "Dichosa tú porque has creído". , a Pedro: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos". María es el lado interior de la palabra». Así se explica por qué «todos aquellos que, a lo largo de las generaciones, aceptando el testimonio apostólico de la Iglesia participan de aquella misteriosa herencia, en cierto sentido, participan de la fe de María» (RM, 27). Por esto, muchos creyentes «encuentran en la fe de María el sostén para la propia fe» (RM, 27).
Padre, no sabemos cómo agradecerte que suscitases a María, la madre de Jesús, como modelo de fe en los orígenes de la Iglesia; ella ha determinado el estilo de fe de la Iglesia desde el principio; te pedimos, Abbá, Padre nuestro, que participemos de la fe de María, y que encontremos en ella el sostén para nuestra propia fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.