En el alma de María, hija de Sión, se ha manifestado en cierto sentido toda la gloria de su gracia, aquella con la que el Padre nos agració en el Amado. El mensajero saludó a María como llena de gracia; la llama así como si éste fuera su verdadero nombre (RM, 8).
El ángel Gabriel se dirigió a María con el apelativo kecharitomene, que significa «agraciada», «encantadora». Para el mensajero de Dios, para aquel que había en nombre de Dios, María es «la agraciada», es aquella mujer en la que se ha manifestado «la gloria de la gracia con la cual el Padre nos agració en el Amado» (Ef 1, 6). Tal agraciamiento se refleja en el nombre nuevo que María recibe de Dios: ¡kecharitomene!. Este vocativo, empleado en lugar del nombre propio de la Virgen, define quién es María para Dios: la que ha sido, es y seguirá siendo objeto de la gracia benevolente, condescendiente y encantadora de Dios. El pasado, el presente y el futuro de María quedan recogidos unitariamente en este nombre, con el que Dios la designa. En el lenguaje bíblico, gracia es la actitud benévola, gratuita, encantadora de Dios hacia los hombres. Es, al mismo tiempo, una acción selectiva y electiva, movida únicamente por la inescrutable libertad de Dios (cf. Ex 33, 19). A quienes Dios elige concede su gracia, pero no como un privilegio, sino más bien como una mediación a través de la cual la gracia se volcará sobre el Pueblo, sobre el mundo entero. Noé, Abraham, Moisés, la casa de David no fueron elegidos a título individual, sino como gérmenes del pueblo de Dios. La gracia de Dios es electiva y selectiva, es gracia de elección (Ef 1, 3s.): Dios Padre nos ha elegido gratuitamente, sin que lo hubiéramos merecido; y nos ha elegido para ser santos e inmaculados o íntegros en su presencia. Ser santos e íntegros presupone todo un itinerario vital. Por eso, la gracia de la elección es como un germen de santidad, como una fuente que brota del alma (RM, 8). Todo esto se dice de María: ha sido elegida en el Amado para ser santa e inmaculada. El Espíritu ha descendido sobre ella.
ORACIÓN:
Padre nuestro, gracia permanente, que en tu Hijo amado nos agraciaste y llamaste para ser santos e inmaculados en tu presencia por el amor; haz que acojamos el don de tu Espíritu para que, como María, seamos en medio de este mundo testigos de la gloria de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor.