Cuando Dios se revela hay que prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios. Esta descripción de lafe encontró una realización perfecta en Maria (RM, 13).
La anunciación, tal como la presenta Lucas a la luz de la Pascua, es un momento de autorevelación de Dios. María es introducida en la radical novedad del misterio. Un misterio que se va densificando y manifestando cada vez más a lo largo de la existencia de María. Empleando una bellísima y adecuada analogía, Juan Pablo II denomina a María como «la primera de aquellos pequeños» por los cuales Jesús ora diciendo: «Padre, te doy gracias porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25). Es el misterio del Hijo el que les ha sido revelado, «pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). María, primera entre los pequeños, ha recibido, antes que nadie, la revelación del Hijo; ya desde la anunciación le ha sido revelado el Hijo, que sólo el Padre conoce plenamente (RM, 17). Y siempre más, Jesús se convertirá para Maria en fuente permanente de revelación.
ORACIÓN: Padre trascendente, que has condescendido a manifestar tu misterio a los hombres y has escogido a Maria como mediadora de tu revelación; haz que, como ella, estemos siempre atentos a tus palabras y a tus silencios y no permitas que el orgullo nos impida reconocer su gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.