En áreas bastante extensas del mundo, la evangelización debe realizarse a partir de un diálogo con las otras religiones. Dicho diálogo se basa en la presencia universal y activa del misterio de Cristo en todos los hombres, cristianos o no. En el diálogo interreligioso los cristianos se encuentran con los seguidores de otras religiones para caminar juntos en la búsqueda de una verdad más plena y de una profundización del respectivo compromiso de fe. No se trata de buscar la conversión de los otros al cristianismo, sino el recíproco enriquecimiento y la comunión en el Espíritu con los que no comparten nuestra fe.
El diálogo precisa capacidad de entrar en la experiencia religiosa del otro para comprenderla desde dentro, humildad e integridad en la vivencia de la propia fe, valentía para mirar de cara las diferencias, que no deben esconderse, y paciencia para asumirlas y superarlas.
El diálogo entre religiones se realiza a diversos niveles: intercambio vital, colaboración en obras de justicia y de paz, reflexión compartida entre especialistas, comunicación de experiencias en la búsqueda común del Absoluto. Ambas partes no van sólo a dar, sino también a recibir. Por parte cristiana, el hecho de creer que en Cristo está la plenitud de la verdad no significa poseerla ya plenamente, ni tener el monopolio. Las otras tradiciones religiosas pueden hacer descubrir aspectos todavía inéditos o falsas seguridades que es preciso convertir. El fin propio del diálogo interreligioso es la común conversión de los cristianos y de los miembros de las otras tradiciones religiosas al mismo Dios que nos llama a través de la recíproca interpelación y testimonio. Se trata, pues, de una mutua evangelización.