San Bernardino de Siena era un frailecillo toscano que todas las tardes iba a la puerta camolia para rezarle una salve a la Virgen del Arco, una virgen mínima, florida y clemente. A menudo era favorecido con visiones y consuelos de la Señora. En su intimidad reconocía que él no era digno de ellas, pero su corazón se ponía contento porque aquellos gozos eran como un entrenamiento para el encuentro gozoso con su Dama en el otro mundo. Compendió el amor de aquellas tardes en una nota amabilísima e indecible de blancura, desglosada en tres blancuras: Vedila candidata da tre candori. Es decir: \»Mírala adornada de tres candores, alma, cuerpo y obras\». Candor limpio, puro, nada más que candor. Como el de la mañana que no ha sido todavía manchado por los gritos del día, el humo de la ciudad o las mentiras de los hombres. O como el del niño que se abre a la vida e inocencia primera.Cuánto han hablado los entendidos, los sabios de María. Sí, han dicho de ella que era inmaculada desde el primer instante, que no hubo en Ella pecado, que fue como un enclave de luz en este mundo…. El Evangelio lo dijo más sencillamente: Llena de gracia. Nuestro frailecillo toscano no encontró más que una palabra: candor…. Candor que rima tan bien con fulgor y con amor. Mirándole a la Señora uno nota que se le viste el alma de blanco y comienza en su vida el amor. Mi vida comienza cuando te conocí….
San Juan, apóstol y evangelista
Jn 20,2-8. El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.