La película Million Dollar Baby (Niña de un millón de dólares) cuenta la historia de una joven que llega a ser boxeadora profesional. Joven, fuerte y físicamente muy atractiva, gana tu corazón mientras, contra todo pronóstico, al fin se encarama a lo más alto en su deporte. Pero entonces la historia se torna trágica; es golpeada antirreglamentariamente por su contrincante y acaba paralizada, su cuerpo roto y con él, su salud y atractivo. Y su condición queda permanente, no hay cura. Elige acabar su vida por medio de la eutanasia.
Yo había ido a esta película con una joven pareja, ambos sólidamente comprometidos con su iglesia y su fe. Aun así, ambos estaban en fuerte simpatía con el modo en que esta joven eligió morir. Quizá, más que ellos, fueron sus emociones las que hablaron cuando justificaron su manera de morir: “¡Pero era tan joven y bella! ¡No habría sido justo para ella pasar el resto de su vida en ese terrible estado!” En su estimación, su debilitado estado la despojó de su esencial dignidad.
¿Qué es la dignidad? ¿Cuándo y cómo se pierde?
La palabra dignidad es un término promiscuo que vierte constantemente diferentes socios. Es también un término traicionero. A veces ya no significa lo que solía significar y nunca es esto más verdadero que cuando el término es aplicado hoy a la “muerte con dignidad”. ¿Qué significa la muerte con dignidad?
Poco después de que Brittany Maynard muriera de leucemia en un caso que llamó ampliamente la atención pública, Jessica Keating escribió un artículo en la revista America señalando esa muerte desde diferentes puntos de vista. En un momento aborda la cuestión de la dignidad, y escribe: “El uso del término dignidad para describir esta muerte es profundamente problemático, ya que disfraza la realidad del temor y equipara la dignidad exclusivamente con la autonomía radical, la elección y la capacidad cognitiva. El resultado es una implicación no-tan-sutil de que la persona que elige la mengua y el sufrimiento tiene una muerte menos digna”. (America, 16 de marzo de 2015).
Hoy, en gran parte de nuestra conversación sobre le muerte con dignidad está de hecho la implicación no-tan-sutil de que la persona que elige la mengua y el sufrimiento sobre la eutanasia tiene una muerte menos digna. Eso es duro de negar, dado el ethos dominante de una cultura en donde la mengua y el sacrificio físicos son vistos como un verdadero asalto a nuestra dignidad. No siempre ha sido este el caso; por cierto, en tiempos pasados, a veces era verdad lo contrario: un cuerpo envejecido y menguado físicamente era visto como algo digno y hermoso. ¿Por qué nuestra opinión de la dignidad es diferente hoy?
Son diferentes por cómo entendemos la dignidad y la belleza. Para nosotros, estas tienen que ver principalmente con la salud física, la vitalidad física y el atractivo físico del cuerpo humano. Para nosotros, la estética es una casa con una sola habitación: el atractivo físico. Todo lo demás ataca nuestra dignidad. Eso nos hace difícil ver como digno cualquier proceso que disminuya y humille el cuerpo humano al robarle su vitalidad y atractivo físico. Y, en cambio, así es normalmente cómo funciona el proceso de la muerte. Si alguna vez has acompañado a alguien que está muriendo de una enfermedad terminal y has estado junto a su lecho de muerte cuando murió, sabes que esto no es nada hermoso. La enfermedad puede hacer al cuerpo cosas horribles. Pero ¿destruye esto la dignidad? ¿Hace a uno menos hermoso?
Bueno, eso depende de la espiritualidad de uno y de lo que uno considere como digno y hermoso. Considera la muerte de Jesús. Según el concepto de dignidad de hoy día, la suya no fue una muerte muy digna. Nosotros siempre hemos “purificado” la crucifixión para protegernos de su cruda “indignidad”, pero la crucifixión fue humillante. Cuando los romanos eligieron la crucifixión como método de pena capital, tenían en mente algo más que el solo deseo de acabar con la vida de alguien. A la vez, querían hacer a una persona sufrir al máximo y también querían humillarla total y públicamente al degradar su cuerpo. De ahí que la persona estuviera desnuda, con sus genitales expuestos; y cuando entraba en espasmos en los momentos previos a la muerte, sus entrañas se descargaban. ¿Qué puede haber más humillante? ¿Qué puede ser menos hermoso?
Y en cambio, ¿quién diría que Jesús no murió con dignidad? Al contrario. Aún estamos contemplando la belleza de su muerte y la dignidad puesta de manifiesto en ella. Pero eso está en una estética diferente; una que nuestra cultura ya no entiende. Para nosotros la dignidad y la belleza están intrincadamente ligadas a la salud física, al atractivo físico y a la falta de menguas humillantes en nuestro cuerpo físico. En esta perspectiva no hay, aparentemente, ninguna dignidad en la muerte de Jesús.
Yo soy el primero en admitir que el debate de la muerte con dignidad es extremadamente complejo y levanta cuestiones legales, médicas, psicológicas, familiares, societarias, éticas y espirituales, para las cuales no hay respuestas simples. Pero en todas estas cuestiones aún se halla una estética: ¿qué contribuye, por fin, a la belleza? ¿Cómo, por fin, vemos la dignidad? Una persona aún con un cuerpo físico atractivo y no menguado, que voluntariamente elige morir antes de que esa belleza sea despojada por la enfermedad ¿muere más dignamente de lo que lo hizo Jesús?