DIOS ES UN ZAPATERO
El viejo zapatero remendón, detrás de los cristales de la tienda, estaba siempre trabajando, absorto, concentrado, encorvado sobre aquellos zapatos destrozados, gastados, sucios, anticuados, como si fuera un cirujano, que rebaja, cortaba y recosía, curando las huellas del cansancio y las heridas de nuestro caminar a rastras por la vida.
Yo le llevaba alguna vez mis zapatos, mis botas para arreglar. Le compraba plantillas. Y siempre me admiraba su labor de esperanza, de humildad, de realismo y paciencia. Hay quienes todo lo arreglan comprando cosas nuevas y tirando lo viejo, como si no tuviera ya arreglo.
Tú, Padre, te arreglas con lo viejo. Solamente una vez empezaste de nuevo. Después, siempre has tomado a los hombres como son, con nuestros rotos, miserias y pecados. En vez de tirarnos a la basura como algo inservible y estrenar otros nuevos, prefieres arreglarnos.
Desde el comienzo de la historia, trabajas sin descanso, remendando, cosiendo, abrillantando la vieja piel del hombre. Ante cada remesa que llega hasta tu tienda, recomienzas de nuevo, lleno de confianza, la paciente tarea de reconstrucción, hasta que, al fin, un día nos colocas flamantes en la vitrina de tu tienda, en el escaparate brillante de tu Reino.
Cada vez que pasaba junto a la tienda de aquel humilde taumaturgo, recordaba a tu Hijo, trabajando en la Iglesia, recibiendo incansable toda clase de encargos, recogiendo amoroso imposibles trabajos, transformando lo viejo con sus divinas manos.
La Iglesia nunca dice: “Esto hay que tirarlo”.
Acepta con amor cada par de zapatos que llevan a la tienda, y recoge el encargo.
Sabe que el Zapatero verá cómo arreglarlo.