Dios y sus cosas

18 de mayo de 2011

Dios y sus cosas

Va por ellos, gentes que cuando rezan, aman, y amando dotan de luz los rincones más sombríos

PILAR RAHOLA

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Dios y sus cosas, o más bien las cosas de aquellos que creen en Dios. En días como hoy, y más allá de gozar del tiempo festivo robado a la agenda, siempre recalo en la idea de la trascendencia divina. Y no tanto como una interrogación personal, porque hace años que descarté llenar con respuestas prefabricadas mis preguntas más hirientes. Prefiero militar en la duda, esa duda que aterriza en los miedos y en las soledades y que no da opción a ningún bálsamo. Ciertamente, como he escrito en alguna otra ocasión, creer en Dios significa vivir y morir más acompañado. No es mi caso, porque, aunque me esforzara en aceptar algún tipo de dogma, siempre sabría que me estoy haciendo trampas al solitario. Los habitantes de la duda permanente nos llevamos mal con la fe y con sus intangibles. Pero con independencia de la actitud personal hacia el concepto de Dios, estos días me parecen especialmente bellos para los que gozan de una fe sincera. Gentes que han construido grandes edificios de buenas acciones, porque creer los ha hecho más nobles y más humanos. Gentes que cuando rezan, aman, y amando dan algo de luz a los rincones sombríos del mundo. Va para ellos este artículo, cuya incapacidad para entender a Dios no lo inutiliza para entender a los creyentes. Hace tiempo leí una reflexión de Bertrand Russell que me pareció sublime: “Si Dios existe, no será tan vanidoso como para castigar a quienes no creen en él”. Toda idea de la trascendencia espiritual reconvertida en tortura, dolor, infierno y cualquier sentido de culpa me parece tan tortuosa como incomprensible.

No puedo entender de ningún modo ese tipo de fe que concibe un Dios castigador y punitivo, sin otra piedad que la exigencia de su dominio. Y reconozco que no me gusta la exhibición de martirio de los pasos de Semana Santa, quizás porque prefiero el Dios que renace el domingo que el que muere el viernes. La vida sobre la muerte. Pero con el Dios de las monjas de mi infancia, que enseñaba a amar al prójimo y dibujaba con renglones caritativos las líneas de la vida, con ese Dios me tuteo sin creer. Porque es la fuente de inspiración de gentes extraordinarias. Va por todos ellos. Los que creen en los dioses de la vida y no en los de la muerte. Los que aprenden a entender a los demás, cuando aprenden a creer. Los que buscan respuestas sin imponer dogmas.

Los que conciben sus creencias como una fuente de tolerancia. Los que ayudan a su prójimo porque lo conciben como su hermano. Los que gracias a Dios encuentran tiempo para construirse interiormente. Los que buscan dotar de trascendencia su paso por el mundo. Los que entienden que creer en Dios es creer en la ciencia. Los que tienen respuestas pero siguen haciéndose preguntas. Los que rezan porque aman. Para todos ellos, los creyentes del Dios del amor, feliz domingo de Resurrección.

Extraído de La Vanguardia


Carta a Pilar Rahola

Jose I. Gonzalez Faus.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Querida Pilar: quisiera darte las gracias por la columna del día de Pascua sobre “Dios y sus cosas”: por tocar el tema con seriedad y respeto, único modo digno tanto para creyentes como no creyentes.

¿Me permites añadir algo sobre “las cosas de Dios”, para ti y todos los habitantes de la duda?. Ahí van cuatro reflexiones de creyentes que, para un cristiano, son decisivas:

Allá por los tiempos de Jesús se cuenta de un rabino que perdió la fe, con el comprensible escándalo social en una sociedad cerrada. Pero otro maestro comentó sobre él: “dichoso el rabino X porque podrá practicar el bien sin esperar recompensa”. Es la lección (y casi la envidia) que desde hace años me dais muchos de vosotros. Jesús dijo también que no es el que dice “Señor Señor” el que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre. Y he visto que algunos no creyentes cumplís la voluntad de Dios mejor que muchos de nosotros. Además, un gran profeta del catolicismo del siglo pasado (E. Mounier) escribió que, en el futuro, los hombres no se distinguirán por la postura que tomen ante el tema de Dios sino por la que tomen ante los condenados de la tierra. Y, en la misma línea, esa impresionante conversa que prefirió quedarse fuera (Simone Weil) dejó escrito: “no es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas cono se puede discernir si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios”.

Todos esos testimonios apuntan hacia una línea en la que deberíamos encontrarnos mucho más, y que, para un cristiano, se fundamenta en las palabras de otro gran profeta mártir de Hitler (el pastor Bonhoeffer): el Dios que se revela en Jesús, es “lo opuesto de todo lo que el hombre religioso espera de Dios”. Cuesta tragarlo pero es así. Porque en Jesucristo Dios no se ha revelado como “todopoderoso” sino como aquél que, en su relación con nosotros, renuncia a su poder para identificarse con la debilidad que somos y con las víctimas que producimos. Un Dios inútil como objeto de consumo pero buena noticia como horizonte y fuerza de vida.

Desde aquí puedo decirte que no te preocupes si no puedes creer: conozco muchas gentes como tú. Pero los cristianos proclamamos eso de “la comunión de los santos” que significa que todo lo de Dios es común y que, por eso, es tarea nuestra creer por (y para) los que no creen y esperar por (y para) los que no esperan, si vosotros intentáis amar incluso a los que no aman.

Quizá puedas entender ahora por qué hace ya muchos años, en uno de mis primeros escritos, comenté unos versos de Atahualpa Yupanki que dicen. “hay cosas en este mundo / más importantes que Dios / que un hombre no escupa sangre / pa’ que otros vivan mejor”. Y los comenté de esta manera: para quien cree en Jesús no es el ser humano quien dicta esta estrofa; es Dios mismo quien nos hace saber que, para Él, hay cosas más importantes que el que los hombres se ocupen de Dios, a saber: que no tengan unos que escupir sangre para que otros puedan vivir mejor (quizá también más piadosamente). Eso mismo, con otras palabras, podrás encontrarlo en textos de hace muchos siglos, como la primera carta del apóstol Juan, y varias páginas de san Agustín.

Luego de esto hemos de ser perdonados de muchas incoherencias, bien lo sabemos.

Un saludo y gracias por haber devuelto dignidad al tema.