En un nuevo libro titulado Jesús de Nazaret, el afamado estudioso escriturista alemán Gerhard Lohfink describe cómo en los evangelios la gente se relaciona con Jesús de diferentes maneras. No todos fueron apóstoles, no todos fueron discípulos y no todos los que contribuyeron a la causa de Jesús lo siguieron. Diferentes individuos tuvieron su propia manera de conectar con Jesús. Aquí está cómo lo expresa:
“Podemos decir que los evangelios, especialmente el de Marcos, son conscientes de una gran variedad de formas de participación en la causa de Jesús. Estaban los Doce. Había un círculo más amplio de discípulos. Estaban aquellos que participaban en la vida de Jesús. Había partidarios encontrados, residentes que pusieron sus casas a su disposición. Había gente que ayudó en situaciones particulares, aunque sólo fuera ofrecer una taza de agua. Finalmente, estaban los beneficiarios que sacaron provecho de la causa de Jesús, y por esa razón no hablaron contra él”.
Lohfink hace entonces esta observación: “Estas líneas estructurales que corren a través de los evangelios no son accidentales… En la iglesia actual, porque es una masa deforme, podemos encontrar todas estas formas indicadas. Es un modelo complejo, tan complejo como el cuerpo humano. La apertura de los evangelios, la apertura de Jesús debe avisarnos contra el hecho de juzgar a la gente como falta de fe si no es capaz de adoptar el modo de vida de los discípulos o si es algo completamente ajeno a ello. En cualquier caso, Jesús nunca lo hizo”.
Si lo que dice Lohfink es verdad, esto tiene implicaciones en la manera como deberíamos entender la iglesia, tanto como es concebida en abstracto como en la práctica en nuestras estructuras parroquiales. Simplemente dicho, la semejanza con el tiempo de Jesús es obvia. Cuando miramos la vida de la iglesia hoy, especialmente cuando la vemos vivida concretamente en parroquias, es obvio que está integrada por muchos más que los que forman el núcleo, la masa encomendada, o sea, los que participan regularmente en la vida de la iglesia y aceptan (al menos en su mayor parte) las enseñanzas dogmáticas y morales de sus iglesias. La iglesia contiene también una gran variedad de menos comprometidos: gente que practica ocasionalmente, gente que acepta algunas de sus enseñanzas, invitados que visitan nuestras iglesias, gente que no se compromete explícitamente pero simpatiza con la iglesia y le ofrece variadas formas de apoyo, y -no menos- gente que se une a Dios de modos más privatizados, esos que son espirituales pero no religiosos. Como Lohfink apunta, esa gente estaba ya alrededor de Jesús y “no era poco importante” para su misión.
Pero debemos ser cuidadosos en la manera de entender esto. Esto no significa que haya hileras en el discipulado, donde unos son llamados a una santidad más alta y otros a una más baja, como si el evangelio completo se aplicara sólo a algunos. Hubo siglos en la historia de la iglesia en los que la espiritualidad cristiana sufrió exactamente de este malentendido, en que era común pensar que monjes, monjas, contemplativos, sacerdotes y otra clase de gente parecida eran llamados a vivir el evangelio completo, mientras otros estaban exentos de aquellas invitaciones de Jesús que eran más exigentes. No hay tales exenciones. La iglesia nunca puede ser dividida en perfectos y menos perfectos, en mejores y peores expertos, en totales y parciales participantes. El evangelio completo se aplica a cada uno, como hace la invitación de Jesús a la intimidad con él. Jesús no llama a la gente según un más y un menos. El discipulado cristiano no admite idealmente niveles, grados, capas, diferentes hileras de participación… pero algo semejante a esto sucede siempre, análogo a lo que pasa en una relación de amor. Cada individuo elige a qué profundidad llegar, y algunos llegan más profundamente que otros, aunque idealmente cada uno entiende que llega a su total profundidad.
Y, dadas la historia y la libertad humanas, esto no es sorprendente. Siempre habrá una gran variación en la profundidad y participación. Cada uno de nosotros tiene su propia historia de ser agraciado y herido, formado y deformado, y así todos nosotros llegamos a la adultez con muy diferentes capacidades para ver, entender, amar, aceptar el amor y entregarnos a alguien o algo más allá de nosotros. Ninguno de nosotros es completo y ninguno de nosotros es plenamente maduro. Todos nosotros somos limitados en lo que podemos hacer. De ahí que, religiosamente, a nadie se espera que responda a algo que está completamente fuera de su esfera de posibilidad, y así nos juntamos inevitablemente alrededor de Jesús de muy diferentes maneras, dependiendo de nuestra capacidad de ver y entregarnos. Jesús -según parecía- estaba de acuerdo con eso.
En su visión, no existía una categoría como discípulo de cafetería o discípulo “light”. No debería haber tales categorías tampoco en nuestra apreciación. Todos nosotros estamos alrededor de Jesús a nuestro propio modo, y debemos ser cuidadosos de no juzgarnos unos a otros, dado que el Donatismo y sus hijos adoptivos están siempre al acecho.