Es fácil confundir la piedad con la genuina respuesta que Dios quiere de nosotros, esto es, entrar en una relación de intimidad con Él y luego intentar ayudar a otros a tener la misma experiencia.
Vemos esto en cualquier lugar de la Escritura. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas, después de presenciar una pesca milagrosa, Pedro responde cayendo a los pies de Jesús y diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. A primera vista, esa parecería la respuesta apropiada, maravillosamente piadosa, un reconocimiento de su pequeñez e indignidad ante la inmensidad y bondad de Dios. Pero, como John Shea señala en su comentario sobre este texto, Jesús da otro nombre a la respuesta de Pedro y le invita a algo más. ¿A qué? La respuesta de Pedro manifiesta una piedad sincera, pero es, en palabras de Shea, “temerosamente equivocada”: A Pedro, la conciencia de estar ante Dios le hace temblar y queda anonadado. Si se pega a los pies de Jesús, debe estar sobre sus propios pies. Pedro no abarca la plenitud; quiere marcharse. Ésta difícilmente es la respuesta que Jesús quiere. Así que instruye a Pedro para que no tenga miedo. En vez de eso, él está para servirse de lo que experimentó con el fin de traer a otros a la misma experiencia. Como Jesús lo ha atrapado, él tiene que atrapar a otros.” Jesús invita a Pedro a salir del miedo y entrar aguas adentro de la intimidad e inmensidad de Dios.
Vemos algo semejante en el Libro de Samuel (21, 1-6). Una mañana, el rey David llega al templo, hambriento y sin comida. Pide al sacerdote cinco panes. El sacerdote replica que no tienen pan ordinario, sólo el pan consagrado que se puede comer únicamente después de un apropiado ayuno y ciertos rituales. No obstante, sabiendo eso, espera que David, como rey de Dios en la tierra, actúe creativamente más bien que con temor; pide los panes y come el pan que, en otras circunstancias, le habría estado prohibido comer.
Lo que hace importante esta historia es que Jesús, cuando se enfrenta al temor y la piedad de los escribas y fariseos, lo refleja y nos dice que la respuesta de David fue la correcta. Les dice a aquellos que estaban escandalizados por la falta de respeto de sus discípulos, que la respuesta de David es la correcta porque David reconoció que, en nuestra respuesta a Dios, la intimidad y cierta audacia en actuar con creatividad deberían triunfar sobre el miedo. “El sábado -asegura Jesús- fue hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. Ese axioma podría ser traducido así: Dios no es una ley para ser obedecida ciegamente. Más bien Dios es una presencia amable y creativa que nos invita a la intimidad y luego nos da energía para ser más creativos a la luz de esa relación.
Hace algunos años, una joven madre compartió conmigo esta historia: A su hijo, de seis años y ahora en la escuela, le habían enseñado, desde sus más tiernos años, a arrodillarse junto a su cama cada noche y rezar en voz alta cierto número de oraciones rituales (el padrenuestro, el avemaría, una oración a su ángel de la guarda y bendiciones y protección para sus padres y hermanos). Una noche, poco después de empezar a ir a la escuela, cuando su madre lo llevó a su habitación, él se metió en su cama sin antes arrodillarse para rezar sus oraciones. Su madre le preguntó: “¿Qué pasa? ¿Ya no rezas más?”. “No -replicó- ya no rezo más. Mi maestra de la escuela (una monja) nos dijo que no rezáramos, sino que habláramos con Dios, y esta noche estoy cansado y no tengo nada que decir”. En resumen, esta es la respuesta del rey David pidiendo al sacerdote los panes consagrados. Este chico había intuido que Dios no es una ley para ser obedecida, sino una íntima presencia que nos potencia.
Algunos de los grandes místicos cristianos han enseñado que, mientras crecemos más profundamente en nuestra relación con Dios, nos volvemos gradualmente más atrevidos con Dios, esto es, el temor cede más y más a la intimidad, el legalismo cede más y más a la creatividad, el juicio cede más y más a la empatía, y la clase de piedad que nos tendría pegados a los pies de Jesús, paralizados por nuestra propia culpabilidad, cede más y más a una gozosa energía para la misión.
Por supuesto, hay un importante lugar para la piedad. La sana piedad y la sana humildad son dones del Espíritu Santo, pero estos dones no nos paralizan con un malsano temor que bloquea una relación con Dios más profunda, más gozosa y más íntima. David tenía una sana piedad, pero eso no le detuvo de actuar valiente y creativamente en la intimidad de su relación con Dios. Jesús también tenía una sana piedad, aun cuando estaba constantemente escandalizando a los piadosos que le rodeaban.
Nosotros también equivocamos fácilmente el malsano temor con la genuina piedad. Lo hacemos de continuo, viendo ingenuamente el temor como una virtud; sin embargo, la señal de la genuina intimidad nunca es la timidez sino la audacia, la gozosa energía. La más sana persona religiosa que tú conozcas presenta esta audacia y gozo más bien que una piedad muerta y demasiado temerosa.