Domingo de Ramos

    Hemos alcanzado el final de la cuarentena. Nos parece mentira. El proyecto parecía difícil, y sin embargo, una vez más, se cumple la Palabra del Señor. Él da el maná, la fuerza, la luz, la capacidad para cada día.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     La liturgia de hoy tiene dos partes muy diferenciadas, la memoria de la entrada de Jesús en Jerusalén, y la proclamación de la Pasión.

    Hoy es el momento de plantearnos cómo celebrar la Semana Santa, el Triduo Pascual, la gran fiesta cristiana de la Pascua.

    Os invito a participar en los días santos de manera activa. Pero antes debemos descubrir nuestras actitudes, qué papel deseamos asumir en los acontecimientos que va a vivir Jesús.

    En el discernimiento de cuál es nuestra postura, pueden ayudarnos los distintos personajes que aparecen en el relato de la Pasión, según san Lucas. En los textos bíblicos se describe una gran diversidad: los curiosos, los que aclaman con la boca pequeña porque después son los mismos que gritan “Crucifícalo”, las personas que acompañan a Jesús, que se compadecen de Él, sobre todo su madre, el discípulo amado, algunas mujeres, Nicodemo, José de Arimatea, el buen ladrón… ¿Con quién te sientes identificado o deseas identificarte?

    Si atendemos a la lectura del profeta Isaías, es preciso prestar toda la atención posible. La lengua y los oídos deben ser de iniciados para escuchar la moción interior y poder hablar como testigo. Jesús, en las lecturas de la Liturgia de la Palabra, aparece despojado, en la mayor intemperie. “No me tapé el rostro ante los ultrajes” (Is 50, 7). “Cristo no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango” (Flp 2, 6-11).

    El salmo anticipa proféticamente la oración de Jesús en la Cruz. Sorprende hasta qué extremo se cumplieron las Escrituras: “Se burlan de mi. Me taladran las manos y los pies. Se reparten mi ropa”. A pesar de que los sufrimientos son terribles, y el grito de auxilio de Jesús a su Padre es dramático, en el mismo texto sálmico el orante no queda derrotado:

“Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Contaré tu fama mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Sal 21).

 

¡Vayamos detrás de Jesús a Jerusalén!