Ex 3, 1-8. 13-15; Sal 102; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9
Este primer domingo, nos encontramos ante una de las manifestaciones divinas más significativas del Antiguo Testamento, la “Zarza Ardiente”. El primer domingo de Cuaresma, la liturgia presenta a Jesús en el desierto, venciendo las tentaciones para redimir la figura del primer Adán. El segundo domingo, meditábamos la alianza que estableció Dios con Abrahán. Hoy, Dios se revela a Moisés para que saque de la esclavitud a los hijos de Jacob.
El Señor, en tiempos de Noé, hizo un pacto de paz; a Abraham lo bendijo con una promesa de vida; ante Moisés sella una alianza de salvación y de libertad para con su pueblo. “El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo. Voy a bajar a librarlos».” Zarza del Monte Sinaí, Monasterio de Santa Catalina
En los textos bíblicos nos encontramos la revelación progresiva, para hacer comprender al hombre que es criatura de Dios, hechura de sus manos, imagen divina, a quien Él ama. En el pasaje que nos propone la Liturgia de la Palabra, nos sorprendemos al contemplar cómo Dios se manifiesta en el arbusto que significaba la maldición, pues el jardín primero había quedado convertido en tierra de zarzas y abrojos.
Desde dentro de la zarza ardiente, incendiada por fuego inextinguible, que no destruye, el Señor habla a Moisés. La luz, el fuego, la palabra identificadora de Dios: “Yo Soy me envía a vosotros”, nos revela la opción divina de salvar, de acompañar, de conducir a Israel desde la esclavitud a la Tierra de la Promesa, con lo que se demuestra que “el Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102). Sin embargo, la compasión divina no debiera producir efectos pretenciosos, inconscientes. San Pablo advierte: “El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga” (1 Cor 10, 12).
Como mejor parábola, para desvelar la identidad del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, de Moisés, manifestada en los últimos tiempos en su Hijo amado, la imagen que propone Jesús de la higuera estéril, a la que parece no hay otro remedio que arrancar, pero que gracias a la mediación del viñador recibe un cultivo aún más esmerado: “”Señor, déjala todavía este año, yo cavaré alrededor, y le echaré estiércol, a ver si da fruto, si la cortas” (Lc 13, 9), nos demuestra, una vez más, las entrañas amorosas del Señor.
La higuera puede representar la Antigua Alianza. ¡Cuántas veces nos vemos retratados en ella, sin frutos! Pero a su vez, ¡cuántas veces deberemos recitar como el salmista la misericordia de Dios!: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura” (Sal 102).
¿Permaneceremos sin agradar a Dios, a pesar de su misericordia con nosotros, como recuerda San Pablo que hizo el pueblo sacado de la esclavitud?