Pronto seremos testigos de la Canonización de Dorothy Day. Para muchos, especialmente aquellos que no son católicos romanos, una canonización es algo que no tiene un gran impacto. ¿Qué impacto tiene una canonización en nuestro mundo? Por otra parte ¿no es una canonización sino el simple reconocimiento de una cierta santidad que el común de los mortales no podemos alcanzar? Así que ¿por qué debería haber demasiado interés en torno a la canonización de Dorothy Day –quien de hecho manifestó que ella no quería que la gente la considerara como una santa y aseveró que haciendo a alguien santo frecuente solo sirve para neutralizar su influencia?
Bien, Dorothy Day no fue la clase de santo que encaja en la concepción normal de la santidad. Muchos de nosotros, sin duda, tenemos una idea básica de su vida. Nació en Nueva York en 1897 y murió allí mismo en 1980. Fue periodista, activista por la paz, y conversa al cristianismo, quien junto con Peter Maurin, fundó el Movimiento de Trabajadores Católicos para unir la ayuda directa a los pobres y los sin hogar con la acción no violenta a favor de la paz y la justicia. El movimiento que permanece vivo hoy en día. También trabajó en el periódico que ella misma fundó “The Catholic Worker”, desde 1933 hasta su fallecimiento.
Su persona y el movimiento que inició han inspirado poderosamente a cristianos de cualquier denominación a intentar con mayor efectividad llevar el evangelio a las calles, a intentar unir afectivamente a Jesús con la justicia. Hoy se la invoca como un modelo para casi todos aquellos que, tanto cristianos como no cristianos, trabajan en el campo de la justicia social.
Este honor ha sido bien merecido. Ella, quizá mejor que cualquier otra persona de su generación, fue capaz de casar el Evangelio con la justicia, Jesús con los pobres, y llevar los frutos de dicho matrimonio a la calle de una manera efectiva. Esto es una rara y muy difícil hazaña.
Una segunda faceta que caracterizaba a Dorotky Day y su espiritualidad fue su capacidad para simplemente hacer y hacer efectivamente. No solo tenía fe, sino que actuaba según dicha fe. Fue una hacedora no solo un oyente; y fue capaz de “institucionalizar su fe” y “expresarla a través de una institución “The Catholic Worker”, que no sólo fue capaz de atender directamente a los pobres, sino también fue capaz de hacerlo a cada persona singular. Dorothy fue capaz de hacer de una manera más grande y más efectiva que su sola persona. Hay un axioma que dice: “Lo que soñamos solos se queda en un simple sueño, pero lo que soñamos con otros se puede convertir en realidad”. Dorothy soñó con otros e hizo ese sueño realidad. Hoy, la mayoría de nosotros nos debatimos entre el actuar según nuestra fe y hacerlo de una manera efectiva, sostenida por la acción comunitaria.
Finalmente, Dorothy Day puede ser una inspiración para nosotros porque fue capaz de hacer lo correcto por la razón correcta. El compromiso de Dorothy con los pobres no surgió del sentimiento de culpa, ni de la neurosis, la ira o la amargura con la sociedad. Surgió de la gratitud. Su ruta hacia la fe en Jesús y hacia los pobres no fue demasiado ortodoxa. Durante los años previos a su conversión fue atea y comunista, una mujer ideológicamente opuesta a la institución del matrimonio, y una mujer que había tenido un aborto. Su regreso a Dios y los pobres sucedió cuando dio a luz a su hija, Tamar Theresa, y experimentó en la alegría del nacimiento una gratitud que abrazó su alma. En su autobiografía “The Long Loneliness”, describe cómo al ver su hija por primera vez se llenó de gratitud por la fe y el amor que nacían en ella y que nunca la dejarían. Su pasión por Dios y los pobres fueron alimentados por esa experiencia.
Fue una santa de enraizada en lo terreno. Será, sin duda, el primer santo canonizado que aparezca en una fotografía con un cigarrillo en su boca. Fue una santa de nuestro tiempo. Nos enseñó cómo se puede servir a Dios y a los pobres en este complejo mundo y cómo hacerlo con amor y color.