Dios nos ha dado dos iglesias; una se encuentra en cualquier lugar, y la otra, en lugares escogidos. Algunos de nosotros preferimos una de estas y luchamos con la otra, pero ambas son lugares sagrados donde Dios puede ser encontrado y adorado.
Cuando la mayoría de la gente piensa en la iglesia, piensa generalmente en un edificio, una catedral, un santuario, un templo, una sinagoga, una mezquita o un lugar santo. Los católicos romanos podrían pensar en la Basílica de san Pedro de Roma, o en algunas famosas catedrales, o en su parroquia local. Los anglicanos y los episcopalianos podrían pensar en la Catedral de san Pablo de Londres, o en el edificio de su iglesia local; como también los musulmanes podrían pensar en la Meca, o en su mezquita local. Todas ellas son iglesias, lugares santos privilegiados donde Dios nos congrega. Esta es una clase de iglesia, alojada en un edificio o un local santo. Pero ¿en qué se basa este concepto?
En el libro de Génesis, leemos que Jacob tuvo un sueño en el cual vio una escala que conectaba la tierra con el cielo, con ángeles que subían y bajaban por la escala. Despertándose del sueño, Jacob se da cuenta de que ha tenido una experiencia privilegiada en la que el espacio entre el cielo y la tierra era, por un momento, un puente. No queriendo perder esta experiencia ni este lugar especial, coloca una piedra como un pilar, como un altar, para señalar el lugar, un sitio físico concreto, donde experimentó una especial conexión entre el cielo y la tierra, de modo que vuelva a encontrar su camino a este lugar privilegiado. Esa fue la primera construcción de una iglesia y ese fue en definitiva el significado de todo edificio de iglesia, todo templo, todo santuario, toda mezquita y todo lugar santo. Es un lugar privilegiado donde hay una escala entre el cielo y la tierra, con ángeles de Dios que ascienden y descienden. Es un lugar especial a donde uno puede ir a orar.
Pero hay una segunda clase de iglesia que nada tiene que ver con edificios, iglesias, templos, santuarios y sitios santos. Esta es la iglesia que Jesús revela a la mujer samaritana en el evangelio de Juan. A la mayoría de nosotros nos resulta familiar el diálogo que Jesús tiene con esta mujer. En su conversación, ella confiesa una cierta confusión sobre las iglesias. Dice a Jesús que ella vive en un mundo que discrepa sobre dónde debe encontrarse la verdadera iglesia, la verdadera escala entre el cielo y la tierra: los judíos le dicen que el verdadero sitio para dar culto, la auténtica iglesia, es el templo de Jerusalén; pero su propia comunidad -los samaritanos- le dice que el lugar propio para dar culto es el monte Guerizim. Así pues, ¿cuál es el lugar propio para dar culto?
Jesús le dice que no debe necesariamente dar culto en uno u otro de esos sitios. Más bien, el verdadero templo, el verdadero lugar sagrado, el auténtico lugar privilegiado donde se tiende una escala entre el cielo y la tierra -sobre la cual ascienden y descienden los ángeles- está dentro de ella. La verdadera iglesia no siempre es un edificio o un lugar santo, sino un lugar de la conciencia y el espíritu dentro de una persona, accesible a nosotros sin tener que caminar a Tierra Santa, Roma, Londres, Ciudad del Lago de Sal, Lourdes o la iglesia de tu vecindad. La escala sobre la cual ascienden y descienden ángeles entre el cielo y la tierra se puede encontrar en cualquier lugar; la naturaleza misma es una catedral, y dentro de cada uno de nosotros hay una iglesia.
Así que hay dos verdaderas iglesias que Dios nos ha dado; una está fuera de nosotros, física y concreta; la otra está dentro de nosotros, espiritual e informe. Idealmente, por supuesto, un saludable sentido de iglesia nos tendría a todos dando culto profundamente en los dos lugares: fuera, en los edificios de nuestra iglesia, y dentro, en nuestro corazón y conciencia. Desgraciadamente, no siempre es ese el caso. Hoy existen grandes tensiones eclesiales en todas las principales religiones y en todas denominaciones cristianas, entre aquellos que definen la iglesia primaria o exclusivamente por la participación activa de uno dentro del edificio de iglesia (¡si no vienes a la iglesia, no eres verdadero creyente!) y aquellos que definen la iglesia, aunque inconscientemente, como sinceridad y culto en conciencia y espíritu (¡soy espiritual, pero no religioso!).
Ambas están en lo cierto, ambas están equivocadas y ambas necesitan ampliar su concepción de lo que es la iglesia. Dios nos dio ambas iglesias y ambas son indispensables. Conozco a personas -no las menos algunos amigos muy buenos- que luchan con la interioridad espiritual. Entienden el significado de edificios de iglesia, lugares santos y estructuras de iglesia, y asientan genuinamente sus vidas religiosas. Pueden referirse a la iglesia como un edificio y como una institución que acoge servicios religiosos; pueden entender la escala de Jacob ahí. A la inversa, tengo buenos amigos -no los menos algunas mujeres- que tienen una rica interioridad espiritual pero luchan con la iglesia como institución, la cual, a su entender, privilegia, demasiado fácil y a veces idolatradamente, a ciertas organizaciones humanas, lugares y personas como camino “sine quo non” para acceder al cielo; luchan por ver la escala de Jacob dentro de tal “fisicalidad” concreta e imperfecta.
Ambas necesitan aprender una de otra y tomar más profundamente la interrelación de las dos iglesias que Dios nos dio.