Editando y Corrigiendo Tu Propia Vida

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Las leyes matemáticas y físicas han sido siempre una de nuestras mayores constantes. No cambian, son previsibles y fiables, no propensas a extrañas sorpresas. Pero ahora, cada vez más, los científicos se están percatando de que incluso las leyes físicas a veces ofrecen sorpresas inesperadas y muestran una libertad que nos deja perplejos. Parece que la libertad se encuentra ya por doquier.

Los novelistas han sabido esto de siempre. Un novelista crea un personaje imaginario, comienza a escribir una historia, y entonces descubre que ese personaje no siempre quiere seguir lo que el escritor acariciaba en su mente para él. El personaje llega a constituir su propia persona, desarrolla sus propias actitudes, va por su propio camino, y configura la historia de una forma jamás intentada previamente por el novelista. Al fin, en parte, cada personaje escribe su propia historia, con independencia del autor.

En un nuevo libro, “Un Millón de Millas en Mil Años”, el escritor Donald Miller se apropia este concepto y lo usa para ofrecer un maravilloso reto, en el que se nos invita a cada uno de nosotros a editar y corregir nuestra propia vida en orden a mejorar y a ennoblecer más nuestra propia historia.

Miller lo realiza por medio de una serie de ensayos autobiográficos en los que se reta a sí mismo a escribir una historia mejor, tomando como base su propia vida, y entonces invita a cada uno de sus lectores a que editen y corrijan también sus propias vidas con el fin de construir una historia más interesante y más noble; una historia que, como una gran película, deje a su audiencia llorando y anhelando realizar mejores cosas con sus vidas, cuando aparezcan los créditos al fin de la película.

He aquí cómo Donald Miller describe esto: “Así pues, estaba yo escribiendo mi novela, y mientras mis personajes hacían lo que querían, me volví cada vez más consciente de que alguien me estaba describiendo a mí. Así que comencé a escuchar la Voz, o más bien, comencé a llamarle la Voz y a admitir que allí había oculto un Escritor. Reconocí que algo o alguien  diferente de mí me estaba mostrando un camino mejor. Y cuando hice esto, me di cuenta de que la Voz, el Escritor, que no era yo, estaba intentando pergeñar una historia mejor, una serie más significativa de experiencias que yo pudiera vivir”. 

El estilo de Miller es brillante, pero engañoso. A causa de su género literario particular, puede parecer a veces superficial, pero, al fin, lo que consigues es una combinación de David Sedaris (agudeza, modestia juguetona), de Annie Lamott (desinhibida, encantadoramente directa), Kathleen Norris ( notable sentido común, inteligencia), Henri Nouwen (mirada honesta a sí mismo) e Ignacio de Loyola (buenas reglas para discernimiento y un poco de guía para todo). Donald Miller maneja todo eso como una batidora.

Al principio, mientras leía los primeros capítulos, me sentí atraído por su lenguaje, no por su contenido. Sonaba más a cómico ingenioso que a anciano sabio. Pero poco a poco, de modo casi imperceptible, descubrí que su libro es don genial, profundidad, idealismo, visión cristiana, sentido común que desarma; y así su reto verdadero comienza a filtrarse y penetrar en uno, llegando a ser más claro y más atrayente conforme se despliega la historia.

He aquí un ejemplo de dos riquezas: su estilo literario y su profundidad. En un pasaje concreto comparte con nosotros cómo discierne y distingue él la voz auténtica de Dios, diferente de las muchas voces falsas y neuróticas que él mismo, y la mayoría de los humanos, por lo general, podemos confundir con la misma voz de Dios:

“Cuando niño, la única sensación que tuve de Dios fue la del remordimiento y la culpa, algo que deseché como una conciencia hipersensible que heredé por haber crecido en una iglesia con un pastor dominador. Pero ésa no es la voz a la que me refiero. (…) La Voz auténtica es más silenciosa y más diminuta y parece que conoce, sin confusión, la diferencia entre el bien y el mal y la sutil delineación entre lo bello y lo profano. No es una voz nerviosa, sino siempre paciente como si aprobara un millón de falsos comienzos. La Voz a la que me refiero es un agua profunda de apacible sabiduría que dice: Calla la boca, controla tu lengua; no hables de esa manera de esa persona;  perdona al amigo con quien no te hablas; no mires a esa mujer con deseo de posesión; quiero que veas la puesta de sol; mira y date cuenta de lo corta que es la vida y de que tus problemas no merecen que te inquietes por ellos; compra aquella botella de vino y llama a tu amigo y comprueba cómo le va, porque, recuerda, tenía que conversar con su hija, y tú deberías preguntarle cómo le fue…”

Y esa Voz, dice Miller, nos está diciendo siempre: “Goza tu lugar en mi historia. La belleza de esto significa que tú eres importante, y tú puedes incluso crearla como yo te he creado”.

Al fin, este libro de Miller es una saludable apología de  la fe, la moralidad, el decoro y buena educación,  y de Dios; el tipo de reto que tanto necesitamos hoy. Me regaló el libro un amigo que tiene una hija de veintitantos años, que desde hace mucho tiempo viene ventilando sus dudas sobre Dios y, en particular, su agnosticismo sobre la iglesia.  Esta joven post-cristiana, según dice mi amigo, se topó con el libro en la mesa de la cocina, lo recogió por curiosidad y lo leyó de cabo a rabo, admitiendo que su lectura fue un fuerte reto para ella.

¡Bueno, no es mal respaldo y propaganda!